El precio de la Universidad

Podemos hasta tener una universidad gratuita, pero que nadie espere de ella entonces una excelencia imposible

Hace unos años, con motivo de una subida de tasas acordada por el primer Gobierno de Rajoy en plena crisis, charlaba con un profesor en la soledad del bar de la Olavide, ayuno ese día de estudiantes por la huelga. Y comentábamos la diferencia entre aquellas protestas airadas por un pequeño incremento en el precio de las matrículas en comparación con la discreta respuesta del colectivo universitario al plan Bolonia adoptado en tiempos de Zapatero, que reducía los currículos de las carreras y obligaba en la práctica al egresado (que no licenciado) a cursar un posgrado. Eso, concluíamos, sí que ponía en desventaja al alumno con pocos recursos, el cual nunca podría acceder a los carísimos masters en los que sí estudian los que pueden pagarlo, colocándose con ventaja en el mercado laboral.

Una sensación similar he sentido al enterarme de la última propuesta estrella del desvaído Gobierno andaluz: los estudiantes que aprueben en primera convocatoria, no importa la nota, accederán a la matrícula del curso siguiente gratis. La medida, en la línea populista de los tiempos que corren, sugiere sobre todo dos cosas: la extensión de los estudios universitarios a capas más amplias y la carestía de la universidad para algunos bolsillos. Yo lo siento, pero no termino de ver las presuntas bondades de la medida. El costo actual del doble grado en Derecho y ADE, por poner un ejemplo de las titulaciones más solicitadas, está hoy alrededor de novecientos euros al año. Se dirá, con razón, que es un precio alto para muchos bolsillos que no pueden sufragarlo, abocando a posibles estudiantes a abandonar los estudios universitarios estando plenamente capacitados. Pero para eso está el sistema de becas y ayudas públicas, que es lo que realmente habría que reforzar.

El abaratamiento de los precios beneficia sobre todo al que, pudiendo perfectamente pagarlo, se encuentra con el regalo de obtenerlo gratis, con la posibilidad de invertir lo ahorrado en la costosísima matrícula (esta sí) de los estudios de posgrado. ¿Y quién mira por los que, no cursando estudios universitarios, ven como los dineros del contribuyente van graciosamente a sufragar aquellos? Podemos, si se empeñan, hasta tener una Universidad gratuita, pero que nadie espere de ella entonces una excelencia imposible. Y no hay nada peor que la frustración de obtener un título que solamente valga para enmarcarlo.

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