La tribuna

francisco J. Ferraro

El prestigio social del pícaro

EN nuestro país, y más específicamente en Andalucía, el pícaro es un personaje que genera fascinación desde el siglo XVI. Si bien se caracteriza por ser una persona tramposa, desvergonzada, falta de honra y poco respetuosa de la propiedad ajena, otros caracteres que le adornan lo hacen atractivo, como el ingenio, la simpatía, el descaro o la astucia, y en muchos casos se es comprensible con su censurable comportamiento por su posición social o bajo nivel de renta.

Los comportamientos sociales identificables con la picaresca contemporánea son muy variados. El elevado peso de la economía sumergida en Andalucía (por encima del 25% del PIB) y su perseverancia en el tiempo constatan la importancia de la economía informal, particularmente en algunos sectores de actividad, como la agricultura, la construcción, el servicio doméstico, los arrendamientos de inmuebles y en una gran variedad de servicios profesionales. También es generalizada la picaresca de la gorronería social; es decir, la práctica de maximizar el disfrute de bienes y servicios públicos y minimizar la contribución a su financiación. Así ocurre con las obligaciones fiscales de muchos ciudadanos, que no sólo defraudan a Hacienda, sino que se jactan de ello sin temor al rechazo social. En particular, el ahorro del IVA en muchos servicios sigue siendo una práctica extendida, o la declaración de valores muy inferiores a los reales en la compraventa de inmuebles, mientras que la doble contabilidad en muchas empresas es un hecho de dominio público.

A estas prácticas que limitan los ingresos públicos se suman otras de recepción irregular de transferencias. La de los beneficiarios de subsidios de desempleo que realizan trabajos ocasionales o regulares es uno de los casos más conocido, pero también en Andalucía existe un número de personas en situación de incapacidad permanente que parece excesivo (279.025 personas de media en 2014, que representaban el 9,9% de la población activa), superior a la media española (8,2%) y a todas las CCAA menos Murcia. También existen noticias de irregularidades frecuentes en la percepción de subvenciones a empresas aplicadas a objetivos distintos para los que fueron concebidas. Más común aún es la actitud dispendiosa o abusadora de los bienes y servicios públicos, desde los propios empleados públicos que sustraen instrumentos de trabajo o privatizan servicios públicos, hasta el extendido uso abusivo de los servicios médicos y de otras prestaciones sociales por muchos ciudadanos. Otros comportamientos frecuentes en nuestra sociedad se caracterizan por la laxitud en el cumplimiento de las leyes (en parte justificado por la complejidad de éstas) y de los compromisos contractuales y sociales, desde la puntualidad al retraso en el pago, práctica muy generalizada por ser las administraciones públicas las que más la condicionan.

Pues bien, como he referido alguna vez en esta misma Tribuna, cada vez es más ampliamente compartido que el progreso económico y social a largo plazo viene muy condicionado por la calidad de sus instituciones, entendiendo por éstas las reglas de juego con las que se dota una sociedad para regular sus relaciones políticas y económicas. Además de las normas escritas, los valores y los códigos de conducta ampliamente compartidos conforman las reglas de juego de una comunidad, pues determinan lo que es aceptable o rechazable socialmente y, en consecuencia, son un incentivo para el comportamiento de las personas, empresas y otros organismos. Por ello, la predominancia de unos valores y códigos de conducta u otros no son características sociales indiferentes para el progreso económico y social. Así, una sociedad en la que sus miembros rechazan las conductas irregulares tiene comportamientos más predecibles, las relaciones económicas son más confiables y, por tanto, los costes de transacción son menores, lo que facilitará la inversión, la innovación y las iniciativas empresariales que exigen un largo periodo de maduración. Igualmente, una sociedad en los que los modelos de éxito están vinculados al trabajo, la inteligencia y la perseverancia genera incentivos más favorables para el progreso que otras en las que el éxito social se vincula al linaje, las relaciones sociales, la cercanía al poder o la tradición.

En nuestra sociedad, el pícaro sigue siendo un héroe popular que se reinventa en obras literarias, anécdotas y chistes, que se reivindica en programas de televisión y se magnifica en los carnavales. Sin embargo, sus valores reconocidos, como la desafección al esfuerzo y al trabajo, el desdén por el rigor, la propensión al engaño, la manga ancha en el cumplimiento de las leyes o en el respeto a las normas sociales,… son valores y conductas poco favorables para el progreso económico y cívico. Además, una sociedad comprensiva con la picaresca es el caldo de cultivo favorable para que germine y se desarrolle la corrupción.

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