La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Es primavera... en el calendario

Ni se puede aplazar la vida ni se puede aplazar la Semana Santa; pero no renunciemos (también) a darnos esperanza

La desoladora imagen de una Alhambra vacía

La desoladora imagen de una Alhambra vacía

Es primavera. Pero sólo lo he recordado cuando le ha dado una vuelta rápida a mi cocker (sí, a mí también me está salvando del confinamiento) y me ha embriagado el olor de los naranjos en flor. Todos los años lo celebramos con la visita obligada a Los italianos (alterno entre el helado de stracciatella y la cassata), con una excursión al Valle de Lecrín (sólo para emborracharnos de azahar) y con una escapada a Sevilla para fundir esa fragancia con el incienso de la Semana Santa (allí son más jartibles, empiezan mucho antes y con más intensidad). Ruta de bares y de iglesias con todos los pasos en andas; de tapas de cuaresma y de vinos de Jerez (con la ensaladilla y las regañás nos tumban pero, compasivo consuelo, el potaje de vigilia sabe mejor a orillas del Genil).

En primavera cambio el gimnasio y la piscina por la ruta del colesterol y las subidas a la Alhambra, Sacromonte y Albaicín. De la temporada de habas a la de espárragos. De los mantecados a las torrijas y los pestiños. Del brasero al vuelta y vuelta en la playa sabiendo que todavía faltan unos meses para que el salitre del mar maride como es debido con los espetos (recuerden, meses sin 'erres').

El calendario dice que ya es primavera. Lo es, algunos días, en los balcones y en las azoteas de las casas. Pero no tanto detrás de las rejas y de las ventanas de las moles de pisos de las ciudades. En los pueblos blancos de Andalucía, tal vez la imagen más triste del coronavirus sea no ver las puertas abiertas, los pintores de brocha gorda encalando las fachadas y las abuelas poniendo a punto la casa, la despensa y la nevera.

Cierre de playas en Salobreña Cierre de playas en Salobreña

Cierre de playas en Salobreña / G. H.

Es primavera pero nos vamos a quedar sin primavera. Cuando acabemos con el bicho, con suerte, estaremos a las puertas del verano. Podremos mover de fecha algunas convocatorias pero parece difícil que se salve el Corpus y tampoco está claro que la gran cita cultural del año en Granada, el Festival de Música y Danza, pueda abrirnos este año las puertas del Generalife y de la Alhambra. La venta de entradas acaba de aplazarse un mes y todo el equipo cruza los dedos. En la Universidad ya están pensando habilitar agosto para no dar por muerto el curso (todavía está por ver si la pandemia no termina afectando al siguiente) mientras colegios e institutos se encomiendan al inagotable mundo de la formación digital (y del entretenimiento, ¡gracias San Netflix!) aunque la realidad no es otra que ver a los padres haciendo de profesores a tiempo completo. Y por ellos mismos. Para no desesperar con la prueba de fuego que el confinamiento está suponiendo para las familias. Y para las parejas. ¿Habrá un boom de nacimientos o de divorcios tras la crisis?

Veremos pasar la primavera. Pero volverá. Como dice el poema que volverán las oscuras golondrinas a nuestros balcones sus nidos a colgar… Pero volverá cuando toque no cuando nos gustaría. Resulta comprensible que intentemos aplazar todo lo que se pueda con la ilusión de que, a la vuelta del verano, consigamos recuperar los días que nos está robando el Covid-19. Pero tal vez no queramos darnos cuenta de que la vida no se puede postergar. Cumpliremos años y en nuestro haber también estará ese atípico 2020. Justo iniciando esos nuevos felices años 20 por los que brindábamos, inconscientes, cuando en China ya se empezaba a desatar la pandemia.

Tampoco la Semana Santa se puede encapsular. Podremos celebrar algo, una magna, lo que decidamos, pero no será Semana Santa. No veo mal sin embargo que el Vaticano haya abierto la puerta a celebrar el 14 o 15 de septiembre alguna iniciativa en las calles. Y no creo, como han criticado las hermandades de Granada, que sea "frivolizar". Ni creo que haya que guardar silencio como ha hecho el Arzobispado de Sevilla. Es dar esperanza. Y ese cometido, salvo que me fallen mis cursos de catequesis, le corresponde de forma muy especial a la Iglesia. La esperanza de que a mediados de septiembre tendremos más que superada la crisis el virus -sin nuevos repuntes estacionales de la gripe- y la esperanza de que podremos volver a bebernos la vida.

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