Una primavera huérfana

Cada día que pasa, parece que nos va quedando más claro que un mundo se ha ido y que otro está germinando

Venid a ver correr la sangre por las calles, decía el verso de Neruda. Pues no. Sintiéndolo mucho, en estos momentos no debemos ni ir a ver a Neruda ni andar por la calle. Permanecen circulando tan sólo aquellos que se esfuerzan por mantener esto en pie. Los sanitarios, las fuerzas de seguridad, los que trabajan para que siga siendo posible bajar al supermercado, gente de labores de limpieza... En los puntos suspensivos hay muchos más, espero que se dé por sabido.

Hablaba ayer con una amiga que trabaja en una residencia de ancianos de Madrid. Me cuenta que se está satanizando a estas instituciones y que cree que es injusto, porque no dejan de trabajar, expuestas ella y sus compañeras al contagio, y que van a seguir dándolo todo "por nuestros abuelos". Así los llama ella. Otro aplauso para estas mujeres sin dobleces. Pero me quedo con una frase que me dijo: nunca he visto Madrid tan solo. Eso es. Madrid parece una película de ciencia ficción. Barcelona es una postal exigiendo multitudes. En Sevilla florece el azahar que añora a los penitentes. La luz de Valencia se desparrama para nadie. En Santiago, el Camino desemboca en el Obradoiro como un cauce vacío. San Sebastián emana su belleza sin tener quien la contemple. Las olas llegan a las costas malagueñas y nadie las recibe. Sigan ustedes la lista añadiendo todas nuestras ciudades, pueblos, aldeas.

Lo que quiero decir, perdónenme la emoción, es que la ciudad la hace la gente, y están las calles muertas. Esperando a los enamorados en los parques. A los ejércitos infantiles y a su griterío gozoso. A las abuelas en busca de sus comadres. A los que acuden al bar de la esquina como el que se encamina al Senado de la antigua Roma. A los que pasean sin más destino que el azar. A ustedes y a mí, amantes de la vida.

Me decía además mi amiga que por primera vez ha olido la primavera en Madrid. Y es que está la primavera huérfana de nosotros. Cada día que pasa, parece que nos va quedando más claro que un mundo se ha ido y que otro está germinando. Será un cambio global, una metamorfosis a todos los efectos, un parto doloroso. Ojalá el mundo que llega sea mejor que el que se va. Ojalá la primavera que se está gestando bajo los balcones que aplauden traiga un fruto de esperanza. Para cuando podamos correr en busca de los versos de Neruda. "Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas".

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