Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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¡Se privatiza todo!

Cuesta trabajo imaginar un país sin una organización tan necesaria como la de los Abogados Cristianos

Con humildad franciscana sugiero que la Fundación Española de Abogados Cristianos yerra cuando denuncia las luces de Navidad o a los que no se persignan cuando pasan delante de la Basílica de la Virgen. Y no solo porque confundan sus propios símbolos, y tomen estrellas por cruces, sino porque no advierten que el verdadero peligro que acecha a las religiones es el de su privatización. Circula por internet la foto de un espantoso juguete, un kit de crucifixión, que contiene un cristo y las herramientas y leños necesarios para construir una cruz. Lo terrible no es el mal gusto de los fabricantes del gadget sino el eslogan de promoción: "Crucifícalo tú mismo". Se comienza privatizando los bancos, la sanidad, la escuela y se termina privatizando la leyenda religiosa más potente, la de la Pasión. Ese es el auténtico peligro. Puede ser que el confinamiento pasado esté en el origen de esta invitación a una semana santa de bricolaje, casera, con pasos que pocesionan sobre el televisor. Sin estaciones de penitencia ni rosarios de la aurora ni pasos ni flores ni inciensos ni velas. Las religiones son resortes muy eficaces y aritméticos de relación entre los individuos; cumplen una función parecida a la de los equipos de fútbol o a la de las corporaciones empresariales. Permiten a millones de creyentes -de hooligans o de empleados- esparcidos por el mundo, y que no se conocen de nada, sentirse miembros de una vasta comunidad de trabajadores y fieles que comparten creencias e intereses. A lo largo de la vida de un individuo no tratará íntimamente a más de 150 personas, afirman los sociólogos; gracias a las religiones, al Barcelona, al Real Madrid o la BMW, uno se siente miembro de un dilatado órgano. Tantas personas no pueden estar equivocadas, argumentarán teólogos y comerciales. Vosotros, ateos, agnósticos y compradores del coche de la competencia sois los que vivís en el error. Privatizar las religiones, aislar a los creyentes en sus domicilios, vender en los chinos los ornamentos y complementos que permitan a cada individuo construirse una ermita en el saloncito, no va a suponer, en absoluto, la muerte de Dios, pero sí el fin de organizaciones tan necesarias como la Fundación Española de los Abogados Cristianos. Porque la impiedad hogareña es mucho más difícil de castigar que la pública.

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