El profesor del escalón

La noticia está en personas a quienes aprieta el alma y la humanidad, a quienes la vida conduce a la dignidad del escalón

En el suelo se aprende. Mucho. Sentado en el suelo, la miseria puede acapararlo todo: hambre, pobreza, sed, tristeza por quienes no lograron llegar a aquel escalón en un barrio de Bilbao… En el suelo se aprende. Mucho. La vida no para de ofrecer lecciones. Una tras otra. Una tras otra. Y cuando crees que todo seguirá gris, cuando el telediario convierte la actualidad en un recuento de tragedias, descubres al final del pasillo, casi en el descuento, que aún existe luz.

Fue ayer. Las imágenes reportaban a Evans, nigeriano de 34 años, y a César, un profesor universitario ya jubilado. César lleva años sentándose en el escalón de la calle donde a diario pide Evans. Le ayuda a estudiar todos los días. Prepara ejercicios, los corrige. Matemáticas, Lengua, Historia… sobre un taburete que él mismo lleva cada día y en plena calle, César resuelve las dudas del nigeriano. Se jubiló de las clases en la Universidad, que no de la enseñanza. Ahí estará hoy. Cabezón. Terco. Hasta que Evans saque al menos el graduado escolar que le ayude a conseguir un trabajo.

Hay muchos escalones. Demasiados. Sólo que en el de Bilbao, Evans pide limosna y aprovecha para estudiar. A vueltas con una vida que a trompicones trata de levantarse, me apresuro a creer que la noticia no está en los Evans que se dispersan en este país de claroscuros. Que la noticia está en personas a quienes aprieta el alma y la humanidad, a quienes la vida conduce a la dignidad del escalón, a la esencia de sentirse conforme con uno mismo mientras con frio, lluvia o calor, repasa los ejercicios de lengua del último día.

En días como ayer, donde la clase política muestra una vez más su ineficacia, cuando en veinticuatro horas resuelven conflictos institucionales que ellos mismos generaron durante más de tres años; en días como ayer, donde quienes quedaron fuera del acuerdo, protestan sólo porque a ellos no les alcanzó el sillón ni el minuto de gloria; en un día y un país donde a nadie importa un pimiento la debilidad de nuestras instituciones, donde cada día cuestionamos la esencia de nuestra democracia, donde nuestro ejemplo alienta el de nuestros hijos para destruir la dignidad y el respeto, única tarjeta de visita de esta sociedad cada vez menos civilizada; en mitad de todo ello, aparece César, y al final de un telediario, nos descabalga a todos con su desbordante y admirable humanidad.

Sentado en el escalón, donde la caridad entiende la vida no como limosna de un domingo cualquiera, sino como la obligación de ofrecer parte de lo que a diario recibiste. Sentado en el escalón, mientras, último curso, llega Mayo, los exámenes y la ilusión de abandonar el escalón. Evans hay muchos por el mundo. Pero temo que, para nuestra desgracia, ejemplos como el de César apenas quedan.

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