Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La profunda superficialidad

Hay ciertas supuestas verdades a la hora de escribir. Que no se deben usar frases subordinadas, que utilizar adjetivos con alegría es un recurso de impotente, que las rayas o guiones y los paréntesis son anatema sintáctico, que el punto y coma es lo peor, que los adverbios acabados en "mente" son pecado mortal. Tengo para mí que esto último es verdad, o sea, que tanto énfasis huele a veces a falsedad: cuando alguien dice o escribe "totalmente", "absolutamente", "indudablemente" puede muy bien estar reforzando una mentira, un trile, una trola. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dijo el otro día en el Senado que lamentaba "profundamente" la muerte por suicidio de un etarra en la cárcel, en la que, conviene recordar, pagaba condena por asesinato. Más allá de que es una gran injusticia con los asesinados por Igor González Sola, y con sus hijos y familiares, tocados de por vida, el adverbio es falso como un Judas de plástico: no lamenta nada, y mucho menos profundamente. Es grave hacer de la compasión una estratagema. Por un puñado de votos para salvar el propio trasero y, en este caso puntual, aprobar los Presupuestos; en otra muestra de que lo importante para él no es decir la verdad, sino decir en cada momento lo que conviene para tirar para adelante.

Profundamente, lo lamentaba profundamente; dijo no ya sin empacho, sino con esa solemnidad vanidosa tan propia suya. Por si a alguien le parece esto un ataque rencoroso o partidista, recordaré que una de las mayores vergüenzas ajenas que uno ha sufrido fue ver a Aznar impostando al Oso Yogui junto a Bush júnior en 2006: cateto donde los haya. Zapatero, en Copenhague en 2009: "La Tierra no pertenece a nadie. Sólo al viento". Pecadillos leves. Nada que ver con la profunda impostura de nuestro presidente, mirando a -es de suponer- los bancos de Bildu en la Cámara Alta, con estomagante teatro, y declarando estar desolado por el suicidio de un canalla que no tuvo compasión alguna con, entre otros, un chaval llamado Miguel Ángel Blanco, a quien ajustició de un tiro, o varios. ¿Cuántas muertes habría que lamentar "profundamente"? Es mentira que lamentara nada. Y mucho menos que hubiera profundidad en su sentimiento, si es que lo hay. La superficialidad y el tacticismo del intercambio de estampitas a costa de lo que sea menester ha retratado a las claras una forma de hacer política al más alto nivel -esto es lo grave- en la que los intereses de poder no respetan a los muertos, ni a los muertos a tiros. Desolador. Profunda y superficialmente asqueante.

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