La pública

Lo público es lo nuestro, y una sociedad madura debería confiar en su capacidad para gestionarlo

El otro día recorría Granada una caravana por la Educación Pública. Era, por culpa del virus, una procesión extraña, compuesta de coches y otros vehículos. Pero no más extraña que otra procesión granadina que recibe el nombre de “la pública”. De niño me dijeron que la procesión consistía en insultar a una señora, representada por un maniquí de vestimenta estrafalaria, que paseaban sobre un dragón. A la señora, “la Tarasca”, le atribuirían costumbres licenciosas (de ahí lo de “la pública”) y también una gran fealdad (“es más fea que la Tarasca”, decían). Quienes criticaban a la Tarasca recibían como castigo los vejigazos infligidos por unos risueños cabezudos de estampa pavorosa.

Me he pasado décadas combatiendo en mi interior las connotaciones negativas que la palabra “pública” adquirió durante mi infancia y los sambenitos que cuelgan de la misma palabra algunos ideólogos; como el de que la gestión pública es siempre más ineficaz que la privada. Me ha alegrado leer que un sensato economista liberal, Luis Chacón, defendió hace poco la remunicipalización de la recogida de basuras ante la Comisión de Grandes Contratos del Ayuntamiento. Según Chacón, la gestión directa del servicio ahorraría a la ciudad 5,5 millones de euros anuales frente a la actual concesión. Con la condición, claro, de que el Ayuntamiento nombrara gestores honestos y capacitados.

La gestión pública de un servicio debería ser más barata que la privada, aunque solo sea porque nos ahorra el beneficio empresarial. Es verdad que a veces hemos dejado que algunos prostituyan lo público en su beneficio, pero la solución consiste en elegir buenos gestores y establecer controles, no en privatizarlo todo. Lo público no es el fisco voraz que recauda para otros. Lo público es lo nuestro, y una sociedad madura debería confiar en su capacidad para gestionarlo. Una sanidad y una educación públicas robustas son nuestras mejores garantías frente a amenazas como el Covid-19, y deberíamos concentrarnos en mejorarlas cada día.

Resulta que de niño me lo contaron mal. La Tarasca es, en realidad, el monstruo (que solo en Granada se representa como un dragón estilo Disney); el maniquí es una versión paganizada de Santa Marta y “la pública” es la procesión misma. La procesión celebra la entereza de Marta, que no es precisamente una puta sino una santa capaz de vencer con palabras, sola y desarmada, al monstruo de Tarascón. Necesitamos reivindicar la dignidad de lo público para enfrentarnos con éxito al último monstruo de nuestro tiempo.

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