palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Más o menos pueblos

EN el golfo del debate sobre la conveniencia de unificar los ayuntamientos menores de 5.000 habitantes para economizar, es decir para ahorrar en políticos, en administración, en funcionarios, pero también para unificar servicios y abaratarlos, la Diputación de Granada respaldó ayer la segregación de cuatro anejos: Carchuna, Játar, Fornes y Ventas de Zafarraya. Si la Junta bendice la separación, Granada pasaría a contar con 172 pueblos, muchos de ellos con menos de un millar de habitantes y algunos con apenas unos cientos. La Diputación ha adoptado la salida más cómoda y diplomática, avalar unos expedientes que se iniciaron en la época en que los perros se ataban con longaniza y los gatos cazaban ratones en los hoyos de los campos de golf No discutiré aquí el derecho de los cuatro municipios a segregarse. Lo tienes, por descontado. La cuestión es otra: ¿pueden sobrevivir los ayuntamientos? ¿Tiene sentido el municipalismo clásico?

La desesperación cunde. Tanto que en algunos sitios están dispuestos a convertir la nostalgia de la época opulenta en nuevas tentativas. Es el caso (escandaloso) de Valdevaqueros, en Tarifa, una ribera arenosa y salvaje donde el Ayuntamiento, con el aliento de PP, PSOE y andalucistas, quiere levantar 350 viviendas y 1.400 plazas de hotel con la esperanza de dar trabajo a parte del 40% de la población que malvive del subempleo y de la economía sumergida. La angustia de los desempleados de Tarifa es semejante a la zozobra que sufren vecinos de otros muchos pueblos. Si todos adoptaran una solución semejante (el urbanismo a la desesperada) tendríamos en poco tiempo otra gran pompa especulativa, con la salvedad de que estallaría mucho antes que la precedente, pero por ahí van los tiros. El Ministerio de Fomento sopesa conceder una amnistía para miles de viviendas ilegales condenadas a la demolición.

Pero sigamos con lo nuestro. La creación de cuatro nuevos ayuntamientos se puede presentar de muchas maneras. Como el logro de viejas y legítimas aspiraciones de autonomía municipal o bien como un nuevo estirón del ya desmesurado aparato burocrático. Cuatro ayuntamientos pequeños suponen, como mínimo, un alcalde y cuatro concejales, es decir cinco puestos de políticos que multiplicados por cuatro son veinte.

Después de leer el informe del Ministerio de Hacienda sobre el déficit municipal uno tiene la impresión de que la vocación de político municipal es tan arriesgada y procelosa como la vocación de bedel del infierno o de invitado a una decapitación. La deuda ordinaria imposibilita casi toda maniobra; el crédito a proveedores maniata e incluso amortaja el sentido del municipio como administración.

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