Señales de humo

José Ignacio Lapido

En qué quedamos

LOS hipotecados somos legión, si no famélica, sí con una estructura celular semejante a la mojama. Así de tiesos estamos. Lo peor de todo es que, amojamados, deprimidos y alienados, nos enfrentamos, tal y como Marcuse teorizó, a un aluvión de contradicciones que quizás el sistema sea capaz de asimilar pero nosotros no. Si llueve porque me mojo y si no porque paso sed.

Hace menos de dos años la situación era la siguiente. La burbuja inmobiliaria, una especie de Godzilla de cemento armado, aparecía en dos de cada tres noticias para pavor de grandes y pequeños. Hasta se creó un inútil Ministerio de la Vivienda con el objetivo de combatir a ese monstruo que enladrillaba ciudades e impedía que muchos pudieran soñar siquiera con tener alguna vez un techo en propiedad. El precio del metro cuadrado había llegado a la estratosfera y nada parecía impedir que entrase en la mesosfera. Si no lo entendí mal en su momento, lo deseable era que la burbuja se desinflara. Esto es, que se vendieran menos pisos para que los precios bajasen. Regla elemental del mercado. Pues bien, justamente eso es lo que está ocurriendo. Este año se construirán 500.000 viviendas menos que en 2007. Las ventas de las ya construidas han caído alrededor de un 30 y los precios -loado sea Dios- han moderado su subida hasta situarse por debajo del IPC.

Lo normal, ante estos datos, es que todos gritáramos al unísono ¡ya era hora! Pues no: nadie está contento. Los que compraron el piso para especular porque no lo venden; las inmobiliarias que subieron los precios con un descaro cercano a la desvergüenza porque reducen beneficios, y los trabajadores que son despedidos porque se ven en la puta calle. Hasta los propietarios de tiendas de electrodomésticos se quejan: no se compran pisos ergo no se venden frigoríficos ni microondas para calentar el cola-cao. Igualmente, los fabricantes de muebles aseguran haber vendido un 20% menos. Nadie quiere una chaise longue para tumbarse y ver el tiempo pasar.

De haber manejado estas cifras hace dos años, el Gobierno se habría dado con un canto en los dientes de pura satisfacción. Ahora no. Lo primero que ha hecho es acudir en ayuda de los pobres constructores: 5.000 millones en avales. También va a socorrer a los hipotecados: el plazo de las hipotecas se podrá alargar gratis. Creo que algunas hasta podrán ser heredadas por los bisnietos.

¿En qué quedamos? ¿Era conveniente que se deshinchase la burbuja inmobiliaria o lo mejor era que siguieran las cosas tan mal como estaban? Puede que la crisis afecte -o no- a nuestro bolsillo. Lo que es seguro es que afectará a nuestras entendederas.

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