Crónica levantisca

juan Manuel / marqués Perales

A las ramas

JEREZ ha sido elegida este año Ciudad Internacional de la Fuerza Centrífuga: después de Dos Hermanas, no hay una urbe en Andalucía con tantas rotondas, pero en la del Guadalete cada una de estas reondas -entiéndase la pronunciación- tiene su afán. Una está dedicada a las vacas rosas; otra, a las motos; varias, a los caballos en todas sus representaciones, y en una incrustada en el callejero hay varias parras de uva palomino, el fruto del jerez. Un gracioso me comentó un día: "Esto es lo que va a quedar del Marco del jerez". Las viñas se arrancaban porque Bruselas daba dinero y Jerez acumulaba excedentes para emborrachar las obras completas de Shakespeare, que debió encontrar alguna inspiración a lomos de los efluvios del sherry embarcado. Fueron tiempos de desesperación, Jerez soñó con inundar la entonces Comunidad Económica Europea con sus ambarinos generosos, pero perdió su mercado cautivo: España. Sólo algunas botas, donde el fino se transmutó en amontillado, han logrado sobrevivir estos años de penuria en los que los señores jerezanos vendieron su alma al diablo de los ricos del ron, la ginebra y el whisky.

Una de esas viejas botas es la del Tío Pepe, que la familia González Byass ha encaramado otra vez hasta los altos de la Puerta del Sol. La botellita de traje corto y sombrero cañero, como el toro de Osborne y el tipo de la capa española y el tocado portugués de Sandeman fueron la manzana de Apple de nuestro país. Cuando Jerez fue líder, su mercadotecnia se confundió con el lomo de una España que supo amoldar: cosa de hombres, veterano, sol de Andalucía emotellado, lo peor y lo mejor del país.

Entre la crisis de los noventa y el actual decenio, Jerez cometió grandes errores: la peor, apearse de un tren -el de los vinos- cuya máquina conducía, y dejó pasar la moda de los blancos de mesa, la ambrosía de los tintos y la exquisita frivolidad de los vinos de autor. Tío Pepe acaba de poner en el mercado su fino en rama de este año: ambarino sin filtrar, en cuyo botella se encuentra algún poso de las levaduras de la flor de velo. Lavaron tanto el jerez con el complejo de la manzanilla que se volvió un vino incoloro como el agua. La distinción del jerez es el tiempo, es la bota de Tío Pepe que se amontilló hacia ese Cuatro Rayas, ese Chanel nº5 de la albariza, el Obispo Gascón de una manzanilla que no sabía si ser oloroso o amontillado y se quedó en palo cortado. Ojalá que el jerez sólo deje apoltronadas sus venerables botas, y recupere la modernidad que el tío Pepe, de Sanlúcar, supo ver hace 135 años.

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