La rebelión de las abuelas

Sobre la mesilla, unas fotografías ajadas la miraban con ojos tristes, mujeres aún jóvenes, con una media sonrisa...

Se miró el reloj de pulsera acelerando la marcha, faltaba un minuto para que llegase el autobús y aún le quedaban unos metros que recorrer hasta la parada. Llegaron a la vez y subió con un poco de esfuerzo el primer escalón, algo alto para ella. Llevaba unos pantalones tobilleros y una vaporosa blusa sin mangas, con unas zapatillas de deporte muy cómodas, el calor aún apretaba a pesar de estar declinando el verano. En su pueblo, septiembre era llamado "el veranillo de los membrillos", y ¡qué verdad que era! Notó el peso de la mochila sobre sus hombros, la toalla de deporte y el bañador mojados habían adquirido consistencia, pero no le había dado tiempo a que se secaran, el agua estaba divina y estuvo nadando hasta unos minutos antes de que llegase el autobús. Se sentía en plena forma, el ejercicio la fortalecía y le daba buen ánimo. Miró de reojo su móvil, algo que detestaba era el control que otros pretendían ejercer sobre su vida, así que lo utilizaba poco, y lo miraba menos. Llegó a su casa en unos veinte minutos, se quitó la ropa deportiva, y se dispuso a tomar un bocado antes de salir de nuevo. El teléfono seguía sonando intermitentemente, y eso le hacía más reacia a coger la llamada: no soportaba el marcaje. Se miró en el espejo y se encontró guapa. Sobre la mesilla, unas fotografías ajadas la miraban con ojos tristes, mujeres aún jóvenes, con una media sonrisa, temerosa de mostrar la mella de los dientes que les faltaban, pelos canosos recogidos en un moño, que enmarcaba caras pálidas, y cuerpos camuflados por vestidos negros sin ceñir, contemplaban impávidas su ir y venir por la casa, descalza y con una taza de té entre las manos de dedos largos y arrugados. Eran fotografías de mujeres de la familia, a algunas de las cuales había conocido cuando era pequeña: la abuela paterna, la tía solterona, la abuela materna y su hermana Pili…. Por un momento se detuvo, y recordó que algunas de ellas no pasarían de los 55 o 60 años cuando posaron para el retrato, y sin embargo ya parecían viejitas decrépitas. La sacó de sus pensamientos el sonido de timbre de la casa, salió a abrir la puerta a regañadientes, sabía la escena que se iba a producir, repetida día sí y día no. "Mamá. Porque no coges el teléfono, me tienes preocupadísima llamando desde las 8 y tú nada, como si no lo oyeras, tenías que recoger a Mariola, y pensé que te había pasado algo". Ella impasible le dijo: "¿pero ya la recogiste tú, no? Entonces cual es el problema?". La abrazó fuerte y le susurró al oído: "Me voy a la mani, hoy vamos a reivindicar que tú tengas una pensión digna, y ya de paso nos tomaremos el vermú de rigor en "ca Paco", ya sabes que es un clásico. Tú podrías aprovechar y darte un baño en la playa". La hija se quedó mirando pasmada a su octogenaria madre, que poniéndose las zapatillas de deporte salió por la puerta con su mochila fucsia, dispuesta a comerse el mundo.

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