Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

El relato

Es mejor callarse y dejar a los demás con la duda de si somos imbéciles que desmostrarlo abriendo la boca

Hará un mes, doña Almudena Negro, diputada madrileña del PP, se convertía en el hazmerreír de media España al afirmar que el flamenco había nacido en Madrid. Ayer, doña Teresa Rodríguez, en el acto de refundación de Adelante Andalucía en Granada, se descolgaba con una delirante teoría según la cual es el "testimonio vivo de la lucha del Pueblo Gitano contra el exterminio ordenado una y otra vez por los reinos de Castilla". Imagino a Enrique el Mellizo y a don Antonio Chacón revolviéndose en sus tumbas y preguntándose qué han hecho ellos para que les reescriban vida, inspiración y arte, a gusto e interés del político de turno. Son desatinos que se suman a los dislates nacionalistas de toda laya que oímos a discreción. Parece que Adán y Eva fueron catalanes y que el Edén estaba entre masías; que Jesucristo no nació en Bilbao porque no le venía bien, porque vasco era; que para unos, Galicia o Andalucía existían antes de que se creara el mundo y para otros, Blas de Lezo acabó con el Imperio Británico. Pero como las películas las hacen los yanquis, no lo cuentan.

Sumen a todo este revoltillo las diarias bobadas que vomitan políticos y adláteres en prensa y redes sociales y quizá coincidan conmigo en que es mejor callarse y dejar a los demás con la duda de si somos imbéciles que demostrarlo abriendo la boca.

Los hechos históricos son indubitados. Lo cual no evita que podamos opinar sobre cuáles fueron sus causas y consecuencias, así como explicarlas desde diversos puntos de vista, incluso ideológicos. Es evidente que los análisis realizados por un conservador, un liberal o un marxista del mismo acontecimiento serán distintos, pero ni es legítimo inventarlos, ni novelar o moldear a gusto, antecedentes y efectos posteriores.

Vivimos en medio de lo que los politólogos llaman crear y, sobre todo, ganar el relato. Imponer a todos, no ya la interpretación interesada de un hecho sino nuestra propia invención. Reescribir la historia y la realidad a gusto del político de turno, de manera que el pasado que le hace ilusión imaginar se tenga por cierto. Estas falacias, soportadas en aparentes argumentos racionales e intelectuales son perversas. No implica que sus premisas o la conclusión a la que se llegue sean falsas. Pero tampoco verdaderas. Sólo serán las que interesan hoy. Mañana, quizá sean otras. Como dijo Groucho Marx: "A quién va a creer usted, ¿a mí o a sus propios ojos?".

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