Aquellos remedios y estos

Ahora es una aberración dar a los niños alcohol y no hay publicidad de medicamentos, pero creo que hay más alcohólicos y drogadictos

Ahora, vista mi vida, creo que uno de los méritos que tengo es no haber llegado a ser alcohólico, por lo menos hasta ahora. Digo que es un mérito porque cuando era niño todos lo intentaron. Ya de bebé me mojaban el chupete en anís cuando estaba inquieto y no podía conciliar el sueño. "Con anís dormías como un bendito", según me confió mi abuela cuando ya fui padre. En aquellos tiempos en los que no había cepillos de dientes ni dentistas en cada esquina, las caries eran tan corrientes como los resfriados. Si te dolía una muela, el remedio asumido en mi casa era darle un trago a la botella de coñac y dejar el líquido durante un buen rato en la pieza dañada. Si no se me quitaba con el primer trago tenía permiso para dar otro trago. Y un tercero. No me acuerdo si así se me quitaba el dolor de muelas, pero sí que con la jumera que pillaba se atenuaba bastante. Si me dolía la barriga lo mejor era un copazo de ginebra. La ginebra también se les daba a las niñas de mi generación en sus primeras menstruaciones para que los dolores fueran menores. Para los niños inapetentes, yo era uno de ellos, la recomendación era tomar una yema de huevo echada en un vaso de vino blanco. Decían que las yemas abrían las ganas de comer. Eso fue antes de que aparecieran los famosos vinos llamados medicinales: el Quina San Clemente era el más popular. Nos lo daban porque la publicidad al uso decía que nos hacía más fuertes y vigorosos. Debían pensar nuestros mayores que las yemas y los vinos con quina podrían remediar los estragos del despertar de la sexualidad y el vicio solitario en el retrete. "¿Tú ya te la cascas? Pues entonces ya puedes beber", me dijo un tío mío cuando en la comunión de mi hermano me ofreció mi primera cerveza. Debía tener doce o trece años. Si me dolía la cabeza, cosa que pasaba frecuentemente, mi madre me daba un optalidón, al que estuve enganchado durante mucho tiempo. Antes de un examen me tomaba un optalidón y las respuestas me salían de carrerilla. Cuando retiraron el optalidón de las farmacias porque comprobaron que era una mezcla de anfetamina y barbitúrico, yo sufrí el clásico síndrome de abstinencia.

Quiero decir con todo esto que antes el alcohol e incluso algunas drogas (la centramina era estupefaciente estrella de los estudiantes en época de exámenes y las anfetaminas se recetaban como antídoto contra la congestión nasal, la obesidad o la depresión), no se veían como una amenaza para la salud y la tolerancia hacia su administración a los niños y jóvenes alcanzaba cotas alucinantes, y nunca mejor dicho. Ahora es una aberración darles a los niños alcohol y no hay publicidad de ningún tipo de medicamentos, pero creo que hay más alcohólicos y drogadictos que entonces. No lo entiendo.

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