La retaguardia

Para ser honestos, lo que ofrece el señor Sánchez a Podemos es la vanguardia de la retaguardia

El señor Sánchez le ha ofrecido a Podemos, no una cuota ministerial, como sería lo esperado, sino una primera línea institucional, en la que foguearse y acariciar el poder, sin que el poder mismo, o sea, el Consejo de Ministros, se vea maculado por la impaciente grey podemita. Es decir, que el señor Sánchez, acaso involuntariamente, le ha tentado con posiciones de retaguardia, visiblemente secundarias, a un partido que se quiere de vanguardia, siempre en lucha contra el capital, etcétera, etcétera. Para ser honestos, lo que ofrece el señor Sánchez es la vanguardia de la retaguardia; esto es, una cierta belicosidad, teñida por el sopor burocrático del Estado. Y claro, como era de esperar, don Pablo Iglesias ha dicho que nones.

Los nones, en cualquier caso, venían ya en los cálculos y considerandos del señor Sánchez. La propia negativa del PSOE a un referéndum en Cataluña era un modo, no sabemos si elegante, de desalentar al señor Iglesias, a quien nos imaginamos con el corazón afligido, como un nuevo don Luis Mejía, balbuciendo unos versos al Tenorio millennial de Zorrilla: "imposible la hais dejado/ para vos y para mí". Como es lógico, con esta vuelta al autonomismo, el señor Iglesias no puede ir muy lejos en sus acercamientos al PSOE. Ahora bien, con esta medida, diestramente embutida entre otras trescientas, el PSOE ha conseguido algo de notable dificultad, que ya se preveía desde antes del verano: comenzado septiembre, y la mirada puesta en el veranillo de San Martín, el señor Iglesias no puede decir que no al señor Sánchez, porque ello implicaría ir a elecciones en noviembre, con una probable mengua de escaños. Y tampoco puede decirle que sí, porque de ahí cabría inferir la irrelevancia servil de su partido, y tal vez una futura atomización de sus filas. Es decir, que el señor Iglesias tiene difícil escapatoria, aún haciendo entrega de su cabeza, como una Salomé que también fuera el verdugo, Herodes y el Bautista.

Quizá lo más inquietante de toda esta situación es que el señor Sánchez no parece inquieto por el futuro de España. Con serios indicios de crisis y una Europa implosiva, el señor Sánchez nos habla y nos conmina desde una normalidad sorprendente. ¿Sabe algo el señor Sánchez que el resto de los españoles ignoramos? ¿Nos hemos dejado llevar, tal vez, por el desánimo? ¿Hay, en esta hora confusa, un margen para la cordura? Esperemos que sí. Pero, claro, luego mira uno hacia Torra, mira uno hacia el paraíso indepe, y nuestra esperanza tiembla, zozobra y duda.

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