Vaya por delante el respeto a las tradiciones y a cualquier manifestación de toda índole. Pero, el corte del centro de las calles del centro de la ciudad, que deja una bella estampa a turistas y curiosos, tiene su reverso. La de una Gran Vía con un penetrante olor a boñiga de caballo o la de un gran nexo turístico como el autobús SN1 dislocando a muchos extranjeros sin saber cómo llegar a la Catedral. ¿No habría manera mejor de conjugar tradición y civilización?
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