LA proclamación, el día 19, de Felipe de Borbón como nuevo Rey de España, tras abdicar la Corona su padre después de 39 años de reinado, es vista desde Andalucía con un sentimiento combinado de normalidad y esperanza. Con normalidad en la medida en que han funcionado los mecanismos constitucionales previstos en caso de vacante en la Jefatura del Estado y las instituciones están cumpliendo el papel que tienen asignado en el sistema de monarquía parlamentaria que los españoles nos dimos como marco y cauce de la etapa más brillante de nuestra historia contemporánea. Pocas voces se han oído en nuestra comunidad autónoma cuestionando la continuidad de este sistema de convivencia, que goza de amplio consenso entre los andaluces, muy críticos a la vez con sus carencias y fallos puestos de relieve por la crisis. A corregirlos a corto y medio plazo está emplazado precisamente el próximo Rey, Felipe VI, en su labor de arbitraje, representación de la nación e impulso de las causas más nobles. La esperanza fundada de los andaluces procede, en buena parte, de la personalidad del todavía Príncipe de Asturias, de su elevada formación, capacidad para entender el mundo de hoy, amor a España "una y diversa" y talante abierto e integrador. Encarna el próximo Rey un rotundo relevo generacional al frente del Estado, que se viene produciendo también en Andalucía en las distintas esferas de la vida pública, desde la política al arte y de la empresa a la ciencia y la tecnología. Una nueva generación se ha puesto decididamente al mando de los destinos de España, como de Andalucía, y por haber podido adquirir una formación superior a sus predecesoras y por mantener la legítima ambición de alcanzar más altas cotas de bienestar y progreso merece plenamente la oportunidad que la historia les ofrece. Felipe VI triunfará sin duda en su empeño, y los nuevos andaluces en el suyo. Tienen todas las condiciones y la voluntad.

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