La tribuna

francisco J. Ferraro

Los riesgos de la complacencia

LA reducción del paro en 122.684 personas en el mes de junio es un dato muy positivo, tanto por su intensidad (es el segundo mayor descenso en este mes desde el inicio de la serie histórica en 1996) como por reducirse por quinto mes consecutivo. Además, el número de afiliados a la Seguridad Social alcanzó la cifra de 16.684.995, lo que eleva a más de medio millón la recuperación de la afiliación desde el punto más bajo del pasado año (cuando se había reducido en casi 3,5 millones). Estos datos avalan que la previsión de crecimiento del PIB en el segundo trimestre del año vuelva a situarse en torno al 0,4%. Complementariamente, el buen comportamiento del turismo, la recuperación de la industria, el repunte del comercio o la continuidad en el aumento de las exportaciones son indicadores que están justificando la recuperación de los índices de confianza empresarial y de los consumidores.

En este contexto, y después de siete de años de crisis, es comprensible que vaya calando en la sociedad la percepción de que la recuperación está en marcha y sólo hay que esperar para que se intensifique. Sin embargo, si bien técnicamente se está produciendo una (débil) recuperación, estamos lejos de haber superado la crisis, y los riesgos a los que está sometida la economía española siguen siendo considerables. Algunos son de carácter externo, como la debilidad del crecimiento de nuestros socios europeos, la contención de la recuperación de Estados Unidos, la desaceleración de buena parte de las economías emergentes o los riesgos energéticos derivados de los conflictos en Ucrania, Iraq y otros países del Medio Oriente.

Sobre los riesgos externos poco podemos hacer, pero sí sobre los problemas internos. Entre éstos llama la atención la gran sensibilidad del consumo al menor signo de recuperación, lo que ha determinado que en el primer trimestre del año el gasto de los hogares haya superado a sus ingresos, lo que se traduce en una disminución del ahorro de las familias y una necesidad de financiación de 12.324 millones de euros, elevando el endeudamiento de los hogares por encima del 78% del PIB, una tasa elevada en relación a nuestro entorno. Como consecuencia del aumento del consumo y la inversión, las importaciones crecieron en el primer cuatrimestre (6,2%) por encima de las exportaciones, por lo que volvemos a tener déficit de la balanza por cuenta corriente y necesidad de financiación exterior (7.300 millones de euros). De continuar la evolución negativa de la balanza comercial, la economía española se arriesga a revertir los avances conseguidos en las cuentas frente al resto del mundo.

Por su parte, las Administraciones Públicas se están relajando en sus objetivos de consolidación fiscal: la Administración central sólo ha reducido en una décima el déficit, cuando su objetivo es reducirlo en 1,1 punto para el año, y ello a pesar del aumento de los ingresos fiscales; las CCAA tienen que reducir el déficit en 0,5 puntos en 2014, pero hasta abril aumentó en dos décimas; y la Seguridad Social se ha terminado de gastar todos los intereses del fondo de reserva de las pensiones para hacer frente a la paga extraordinaria de junio. El relajamiento de los objetivos de consolidación fiscal se explica por las perspectivas electorales del próximo año y por un clima menos exigente por parte de Europa, pero nuestros compromisos siguen vigentes y, lo que es más determinante para nuestra economía, la deuda pública sigue acercándose al 100% del PIB, lo que hipoteca el futuro de las cuentas públicas.

Además de las restricciones económicas coyunturales, otros problemas profundos de la economía española siguen sin resolverse por completo. Entre ellos el saneamiento del sistema financiero o las reformas estructurales pendientes, entre las que destaca la de las Administraciones Públicas, además de problemas políticos como la desafección ciudadana a las instituciones y las tensiones independentistas. Pero el Gobierno está manteniendo una actitud pasiva y complaciente ante este panorama y ha decaído su tensión reformista, pareciendo confiar en que los beneficios de la recuperación -aunque sea desequilibrada- le permitan obtener resultados positivos en las próximas elecciones.

Lamento el papel de aguafiestas que nos toca a los economistas, pero debemos advertir de los riesgos de vivir por encima de nuestras posibilidades y abordar a tiempo las reformas necesarias, no olvidando la grave crisis a la que nos condujo un patrón de crecimiento con estos mismos condicionantes. Sin duda es prioritario el crecimiento económico y la generación de empleo, pero no podemos forzar el ritmo a costa de desequilibrios financieros y sin abordar reformas estructurales que permitan la mejora de la competitividad de la economía española sobre la base de la innovación y el conocimiento en lugar de los bajos salarios.

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