Cambio de sentido

El rollo chándal

La Nueva Normalidad también se ha instalado en lo que nos imponen como moda

Ustedes también se habrán dado cuenta: en el último año, las cadenas de moda que pueden visitarse en las calles londonizadas y centros comerciales de nuestras ciudades han mutado en el paraíso de la sudadera, el chándal, la camiseta estilo toldo de los caballitos, los tenis, vaqueros horrendos y camisas propias de un quesero. Una moda triste, adoradora del feísmo, que ha democratizado salir a la calle en pijama, se ha instalado en nuestras vidas en cero coma. Las influencers que, con increíble éxito, prestan servicios a las marcas para prescribir lo que hay que consumir, nos afligen con su "look del día": zapatones deportivos, vaqueros blancos deshilachados por el pernil y un guardapolvos como el que se pone mi abuela para rajar aceitunas. Outfit' (lo dicen así) ideal para cenar con Robinson Crusoe. Me da a mí que quienes imponen -digo "imponer" porque no dejan alternativa- la vestimenta están tirando de un stock de los años 90. A servidora, que no renueva el armario desde que hizo el COU, no le está viniendo mal esta tendencia; voy por el barrio tan ridícula como siempre, con la diferencia de que ahora no me da vergüenza. Hubo quien, en cierta ocasión, por decir que mi estilo de andar por casa era "desenfadado", dijo que yo vestía en "plan desengañado". Impecable lapsus.

Estoy segura de que no soy la única que está loca por salir de las bambas y el bambito y montarse en unos tacones y en un vestido vertiginoso, como en un Domingo de Ramos de los de antes. No quiero dar ideas a Amancio Ortega, pero ahí tiene un filón. Bajo la frivolidad de este artículo percute una nota sociológica: la Nueva Normalidad también se ha instalado en lo que nos imponen como moda; quienes marcan tendencia nos cuentan que la pandemia alberga una tristeza doméstica, y la saca a la calle. Hay un desaliento en la indumentaria, principalmente en el de las mujeres (los señores aún pueden optar a comprarse algo sin capucha). Hay también un avance en la regresión -permitan la paradoja- a la juventud, un intento por parecer, más que mujeres jóvenes, adolescentes confusas. Frente a la tendencia a imaginar que cualquier tiempo por venir será mejor, esta aflicción casual nos arrebata la poca dicha que va quedando en el ambiente. Hay quienes dicen -otra gran frivolidad- que cuando pase esto volverán los locos años veinte. Quién sabe. Por ahora, como acto de resistencia, me conformo con defender, desde la saya al sombrero, esa cosa tan pasada de moda: la alegría.

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