La trastienda
Una sentencia imposible
Después de una semana sin casi procesiones, metidos en casa y mirando a hurtadillas el cielo para ver si salir o no a la calle mientras no paraba de llover, hubo quien se lamentó y quien se alegró sobremanera del aguacero pertinaz que un día sí y otro también vino a darnos la vida a los campos y agua asegurada en los grifos para un verano que se dibujaba como un verdadero Sahel peninsular en el que sólo iban a beber y llenar las piscinas los sagrados turistas y alguno que otro más afortunado y distinguido por algún chanchullo de los que ya sabemos que siempre habrá.
Y es que la fortuna ha querido que llueva a rabiar, con saña a ratos, con frío suficiente como para dejarnos la nevera de Sierra Nevada bien fresquita y con varios metros de una nieve que en el inminente deshielo que está a punto de llegar se irá filtrando y rellenando los acuíferos para darnos agua fresca en los manantiales y los campos que la circundan. La vida asegurada cuando el horizonte era de sed y poco más.
Cierto es que la desilusión de la chica que estrenaba mantilla o el joven que había entrenado a conciencia los riñones para cargar a este u otro santo en las trabajaderas del trono se han quedado desolados y frustrados. Siempre es dura la frustración pero lo que enseña para la vida no conseguir nuestro deseo y aceptarlo y encima sonreír y pensar que por algo será. Porque estos contratiempos son cosas del directo y de este sur que siempre sorprende cuando nos da entera la vuelta a todos los planes para recordarnos que hay algo que maneja los hilos más allá, mucho más allá de nuestras pequeñas y escasas voluntades, ese algo precisamente al que en esta Semana Santa se le celebra como el que todo lo puede pero, claro, según su voluntad.
Buena lección la recibida en estas vacaciones. Podemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para que algo suceda pero luego quien decide es ese ‘Algo’ que escapa a nuestro control y que sólo sucede sin más, sobre todo sin preguntarnos a nosotros nuestro parecer que, ya se ve, tampoco importa tanto cuando lo que hace falta es ver llover y rescatar aquel recuerdo niño de ver las gotas caer detrás de una ventana, hace ya tanto, cuando aún la vida era este asombro que nos ha invadido a todos los que miramos al cielo y vimos el sol resplandecer.
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