Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Mas sapiens que nunca

Vencido por la entropía, te sientes, únicamente, un ser humano, sin ambiciones, sin deseos excesivos

Me podría documentar un poquito más para saber lo que es realmente la entropía, puesto que voy a hablar de ella en este artículo. Pero me da pereza. Me he hecho yo, en mi interior, una idea de la entropía que, aunque no sea la científica, me viene bien para lo que quiero decir. Vengo notando que, conforme la gente se hace mayor, cada vez se parece más a su padre, a su madre o a su tita María. Al nacer, pujan los caracteres distintivos de los seres humanos y entonces cuesta saber a quién se parece el bebé. E, incluso, en la adolescencia y en la juventud esos caracteres brillan, singulares, con luz propia. Normal, porque es el momento de elegir o de que lo elijan a uno y no a tu padre, a tu madre o a tu tita María. Hay que aparecer, entonces, en toda la mismidad de uno (si es que esta mismidad es posible del todo). Pero conforme vas cumpliendo años, esa tensión diferenciadora cede, se relaja, y se va borrando, poco a poco, a causa de la entropía. Es entonces cuando, incapaz de resistir más, retornas a la especie, amortiguado sexo, ideologías pugnantes y creencias firmes; y da uno en parecerse a un Díaz de Quéntar, a un Alcázar del la calle Elvira o a una tita María Uceda del Realejo y, no solo en la cara o en las claudicaciones corporales de la vejez, sino, también, en los dichos y en las actitudes y en las manías de tus mayores, aquellos con los que conviviste cuando joven (y que no acabaron, como ahora, en una residencia de extinción). Me suelo levantar por las mañanas diciendo las mismas cosas que decía mi tita María con 89 años. Solo, y sin que nadie pueda oírme, digo como ella: "¡Ay, Señor, qué malos ratos me dais todos!". No tengo al lado en ese momento a nadie que me haya levantado la voz o que haya tirado a la basura alguno de mis calzoncillos, por juzgar que la gomilla de la prenda empezaba a relajarse. Es bueno sentirse sapiens en ese momento, un individuo más de la única especie humana superviviente. Vencido por la entropía niveladora, te sientes, únicamente, un ser humano, sin ambiciones, sin deseos excesivos (acaso una onza de chocolate o un pionono). Ni macho ni hembra. Ni español ni vasco ni de Wichita. Ni homosexual ni heterosexual ni miembro del colectivo LGBTI. Solo sapiens, dueño de tu albedrío, independiente, entrópico, casi ectoplasma.

Resumen: Me he dado de baja en el patriarcado. Hay mañanas en las que, incluso, no sé a qué género pertenezco.

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