La colmenala colmena

Magdalena Trillo

La selección adversa de las manzanas

BICICLETA, cuchara, manzana. Regreso de San Sebastián militando en las "olas de energía ciudadana" con que Donosti compite por la Capitalidad Cultural, irremediablemente perdida en el pequeño diccionario de euskera con que me dan la bienvenida al Zinemaldia y con dos kilos de más. De michelines y de desasosiego.

Las tres palabras con que inicio el artículo son el título del documental sobre Pasqual Maragall que se estrenó el domingo pasado en el Festival de Cine y son, también, mi particular vacuna contra el alzhéimer. Incorregiblemente supersticiosa, me he convencido de que estaré a salvo si las recuerdo. A salvo de vivir sin memoria; a salvo de vivir sin recuerdos. El político catalán no es capaz. Tampoco los 3,5 millones de españoles (pacientes y familiares) que sufren a diario el golpe de la demencia senil. Ni los 25 millones de enfermos que se contabilizan en todo el mundo y se van multiplicando a la misma velocidad con que enterramos la utopía del Estado del Bienestar.

El alzhéimer se ha convertido en una 'verdad' tan incómoda como la del cambio climático de Al Gore. Es el referente que sigue Carles Bosch (lo recordarán por Balseros) para retratar lo que tan de cerca conoce el que fuera alcalde de Barcelona: "Lo jodido no es morir de alzhéimer. Lo jodido es vivir y morir con alzhéimer".

Vivir jodido. En esencia, es la misma convicción con que Álex de la Iglesia recogió el Premio Nacional de Cinematografía. Hay que vivir a contrarreloj: hay que sufrir. Y no hay fórmulas mágicas de "superarlo"; sólo podemos acostumbrarnos al dolor. Explicado tal vez por una extraña conexión "católica" (estudió en los Jesuitas), el director de Triste balada de trompeta desvela el secreto de su "cine de autor para masas": sólo la premura, las condiciones adversas y el sufrimiento llevan al placer. Para crear, pero también para convivir e incluso para gobernar.

Hasta el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, parece estar de acuerdo con la filosofía estoica que preconiza el cineasta: "Imagínense cuántos más visionarios, activistas, premios Nobel y personas ganadoras podríamos tener si toda la gente del mundo pudiera vivir una vida con derecho a la salud, a la educación, la dignidad y el bienestar". Lo dijo en la Cumbre del Milenio que se ha celebrado en Nueva York para erradicar la pobreza y que ha terminado con más escepticismo que esperanzas. Ilusiones tan a la deriva como nuestros políticos.

Quizás Bicicleta, cuchara, manzana no sea una correlación aleatoria. Tal vez la clave esté en las manzanas. En la selección adversa de las manzanas. Me convenzo cada mañana al abrir los periódicos recordando uno de los artículos de Félix Bayón que leí este verano en Vivir del presupuesto. Me refiero a la genialidad de la teoría con que George Akerlof recibió el Nobel de Economía: el problema es que son los peores los únicos que concurren a los mercados. Bayón ponía el ejemplo de las agencias matrimoniales: sólo los menos atractivos del mercado de solteros recurren a estas organizaciones. Traslademos la ecuación a las manzanas y a la política: el descrédito no es casual. ¿Dónde están los más válidos? ¿Dónde están las manzanas rojas y brillantes? En un cesto en el que todo se cultiva en el mismo terreno y al mismo precio es imposible frenar el contagio de la podredumbre. La putrefacción que diría Dalí.

Pensemos en la Europa populista y xenófoba de Berlusconi y Sarkozy, preguntémonos dónde fueron a parar los gobiernos de izquierda o miremos a cualquier lado de la calle pública. ¿Alguien se extrañaría de que Belén Esteban pueda alzarse como tercera fuerza política si se presentara a unas elecciones? Superaría a IU y PNV... Retengan esta imagen y comprendan mi desasosiego: de Pasqual Maragall a la 'ex' de Jesulín.

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