Tercer partido de España en este arranque para el Mundial de Qatar y, ante otro enemigo menor, el equipo tuvo demasiados claroscuros, tantos que no invitan al optimismo de cara a lo que viene ahora, que es la Eurocopa. Y es que en este calendario tan alterado por la pandemia no sabe uno qué es lo que viene. Tres a uno derrotó España a Kosovo, otro aluvión de cambios, pero, alivio, ya ha llegado Ramos a las 180 internacionalidades.

Acababa de cumplirse la media hora de juego y aquello iba de monólogo, pero sin rentabilidad. Adueñado Busquets de la zona ancha, la selección tocaba y tocaba como en la repetición enésima de algo ya visto. Ni siquiera la inocentona Kosovo se inquietaba ante tan abrumadoras posesiones, pues no asomaba el peligro. Hasta que se supera la media hora de partido y un toque preñado de clase de Dani Olmo y un cañonazo frenético de Ferrán Torres encarrilan la noche.

Dos goles en un par de minutos logran una normalidad que aunque vislumbrada no aparecía. El gol de Olmo es una lección de buen toque, el de Ferrán parece obra de un goleador rabioso y lo cierto es que hasta el descanso se suceden los vicegoles a la espera de una continuación tranquila. Y llegados a este punto, los kosovares, en su bendita inocencia, intentan atacar y lo único que consiguen con ello es dejar espacios a sus espaldas para solaz del clarividente Pedri.

Pero las cosas cambian. Una tarugada de Unai Simón la aprovecha el habilidoso Halimi y se atraviesa una fase de incertidumbre que arregla el recién salido Gerard Moreno. Y todo acabó felizmente, pero con la sensación de que este equipo no es aún un equipo y que a Luis Enrique le queda mucha tarea por delante. Se está en un proceso de elaboración que más parece estar a expensas de la calidad individual que de un trabajo tan concienzudo como bien realizado.