Pensándolo mejor

Miguel Hagerty

El señorito es gente

EN el Altiplano peruano, donde me medio crié hace lustros, las variaciones lingüísticas en el empleo del castellano, respecto del uso peninsular, son muy llamativas. Tanto fue así que, nada más ver el aspecto físico de tu interlocutor, podrías pegar el cambiazo de registro para garantizar un fiel intercambio de ideas. (Por 'registro', y perdonen el uso de un término técnico que no tienen por qué saber, se entiende aquel espacio de palabras, gestos y locuciones propio de un grupo específico. Por ejemplo, decir "hola, ¿qué tal?", transmite el mismo mensaje que "buenos días, ¿cómo están?" pero tiene registros diferentes).

La palabra 'gente' en aquellos años era equivalente a 'persona acomodada y poderosa', de modo que al decir que fulano mengano "era gente" venía a decir que tenía dinero y que te podía arruinar a ti y a tu familia si le diera la gana. Era una palabra que se pronunciaba entre respeto, miedo y odio porque los que no eran gente tenían poquísimas posibilidades no ya de llegar a ser gente, sino de echar para adelante un día para otro.

Entre los adultos, el daño físico producido por un clima extremadamente inmisericorde (a cuatro mil metros estaba mi pueblo) y, por una dieta paupérrima, era menos notable que en los niños que, por comer papas de mil tipos todos los días, no parecían hambrientos pero cuyas defensas estaban al mínimo. Por eso, tenían los mofletes como un semáforo en rojo, a veces con llagas producidas por el aire sequísimo.

A la 'gente', huelga decirlo, no le importaba mucho ni los mofletes a punto de estallar, ni el hambre de los pobres, sentimiento no muy lejano de la experiencia nuestra. Cuentan que, a principios del siglo pasado, un alcalde de Jerez de la Frontera comentó que mientras se encontraran cáscaras de plátanos en las aceras de la ciudad los pobres no tenían nada de que quejarse. Evidentemente, el dichoso alcalde era 'gente'. Y tanto.

Aquí ya no se recogen las cáscaras de plátano del suelo para comérselas -bueno, no tanto, porque de todo hay-, pero sí que hay personas que se encuadran perfectamente en la denominación andina de gente. Tiene que ver, simplemente, con el sentido que da la Constitución al concepto de sociedad. Tal como está redactada, con sus más y sus menos, el espíritu subyacente es un mensaje netamente social; promueve, por tanto, el concepto de solidaridad.

Lo que está en juego hoy es si nos gobernará la gente o los que acabarán con las comidas de cáscaras de plátano; los que sólo piensan en sí mismos o los que piensan en los demás. Voy a votar y, después, tomarme una caña con mi chica para celebrarlo.

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