La sentencia

Dicen que no hubo enriquecimiento, pero es que eso debiera ser una agravante

Sin duda ellos habrían hecho lo mismo con cualquier colaborador. Lo habrían dejado caer en la infamia o la cárcel sin mover un músculo: son comportamientos que, al parecer, van con el carné. Y de hecho es lo que intentaron hasta ayer mismo. Pero aun siendo así, es penoso ver a personas que lo han sido absolutamente todo en el partido arrastradas por el lodo sin que prácticamente nadie, en la hora terrible, acuda con un capote misericordioso. Las declaraciones de Ábalos, en caliente y sin anestesia, intentando marcar una distancia imposible, no sólo fueron cínicas, también miserables. Lo de Sánchez, sin dar la cara, simplemente porcino.

Las penas de cárcel han sido leves si se comparan con las que aquí se despachan, por delitos infinitamente menores, a quienes han de afrontar la severidad de una Justicia que se ceba con quien no sea político de izquierdas ni posea el paraguas que sólo ellos y los medios afines proporcionan. Me parecen más demoledoras las penas de inhabilitación, una suerte de excomunión civil y democrática que para un político debe ser una estocada directa al corazón de lo que le importa. ¿Puede ser ese el balance público de toda una vida de afanes y poder, de luchas e intrigas, de portadas y oropel? Terrible cuando ya no hay edad para reivindicarse ni soñar siquiera con un después.

Dicen que no hubo enriquecimiento, al menos aparentemente, pero es que eso debiera ser una agravante. Cualquiera podía entender, y al mismo tiempo condenar, a quienes, cegados por la codicia, acumulan bienes ilícitos; ¿habrá algo más antiguo? Lo increíble y novedoso es una trama instalada en lo más alto del poder y destinada, sin corromperse sus miembros dicen, con austeridad krausista, a pudrir hasta el tuétano a todo un pueblo para convertirlo en un rebaño de lacayos y agradadores. No concibo una degradación mayor de la política y de la democracia, y por eso son tan de celebrar las muestras bien visibles de que las víctimas verdaderas de esta trama de corrupción extrema por fin despiertan y comienzan a experimentar el sentimiento de libertad y dignidad que proporciona ser un ciudadano que vota a quien estima oportuno o simplemente a quien le da la gana. El viejo instinto libertario del pueblo andaluz se levanta ya en todas partes contra los señoritos socialistas que durante dos generaciones largas se llevaron a las niñas a la alberca con el dinero de los parados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios