Algunos días me pasa como a Hillary, me entregaría al sofá con un buen libro y levantaría un muro en la puerta de mi casa a modo de encierro. No tengo dos perros, como la Clinton, pero abriría una botella de palo cortado que guardo en un armario y volvería a reconciliarme con la elegancia de algunos dorados mientras trato de curarme de la ceguera que me produjo el flash de Trump y Farage en la jaula de oro y espejos que utiliza como ascensor en su más dorada aún Torre Trump. El apartamento del presidente electo deja en pobre escenografía la coronación de Bokassa como emperador del África Central. Por si los populismos no hubiesen prendido por todo el mundo, otra rubia, Cristina Cifuentes, recupera el relato facilón de los nacionalismos xenófobos, y nos cuenta que su política fiscal, procura 3.000 millones de euros para pagar la sanidad y la educación en Andalucía. Pocos son, porque el esfuerzo fiscal que se hace en Madrid es el tercero más bajo de España, sólo le ganan en relajación el País Vasco y Navarra, y es el más reducido porque Cifuentes, y sus anteriores, Esperanza Aguirre e Ignacio González, se dieron a las vacaciones impositivas. Encerrado en mi casa, ahora en noviembre, acabo de pagar la segunda parte de mi IRPF, que es bastante más caro en Andalucía que en Madrid. ¿A quién le estaré pagando?

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