Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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El siglo de las copias

Dios, según el Génesis, fue el primero que se autoplagió, creando al ser humano a su imagen y semejanza

A día de hoy no sé con exactitud qué es peor si plagiar o autoplagiarse. El autor del Pentateuco, que ya casi nadie atribuye a Moisés, pone a Dios autoplagiándose. Si lo dijera yo, no sería cosa de creer, pero -¡un respeto!- que es el Génesis el que lo dice (1,26): "Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y la copia le salió tan mal que luego tuvo que mandar a su propio hijo a morir en un grano de materia cósmica (nuestro planeta) para arreglar el desaguisado. Porque copiar, a veces, entraña riesgos: los que arrostraron Bouvard y Pécuchet, los personajes que dan nombre a una novela de Flaubert. Bouvard y Pécuchet son tan semejantes que parecen copiados el uno del otro. Jubilados, se conocen en un parque de París y deciden dedicarse a copiar todas las enciclopedias que caen en sus manos y a poner en práctica lo que aprenden en ellas. Pero fracasan una y otra vez. La estupidez de Bouvard y Pécuchet, muy parecida a la de Don Quijote, consiste en su incapacidad para aprender de sus fracasos. La estupidez del dios de la Biblia consistiría en la solución tan estrambótica que activó para arreglar la mala copia que había hecho de sí mismo. ¡Nada más y nada menos que inmolarse en una cruz! Siendo omnipotente, pienso, le hubiera resultado menos gravoso arreglar el hardware y el software de Adán y Eva, y el de su estirpe, para que se parecieran más a él. Hacernos inmortales, todopoderosos, omniscientes, y todo eso. Bouvard y Pécuchet, hartos de tantos fracasos, deciden ahorcarse un 24 de diciembre en el desván de su casa. Pero, al darse cuenta de que no han hecho testamento, desisten. Y vuelven, tras algún fracaso más, al sosiego de su antiguo oficio: copiar. Para ello, compran papel usado al peso y copian metódicamente todo lo impreso. Compone Flaubert, con esta novela, un relato de anticipación. Se malició que la copia, como estamos viendo en nuestros días, sería el problema de los siglos venideros: el cortar y pegar. A veces me sucede como al mismo Flaubert -según dejó escrito- que me siento tan lleno de Bouvard y Pécuchet que he terminado siendo como ellos. Su estupidez -la estupidez de todos nosotros- que no paramos de cortar y pegar, es la mía y esto me inquieta y me frustra sobremanera porque me gustaría -como reclaman muchos adolescentes- "ser yo mismo". No una copia.

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