Era un sinvergüenza

Las historias del padre de Nadia eran tan inverosímiles que es inconcebible que sus mentiras no se detectaran mucho antes

En la televisión sale un amigo del padre de Nadia diciendo que ese hombre era un sinvergüenza que se pegaba la gran vida con el dinero que la gente le enviaba para curar a su hija. Muy bien, de acuerdo, pero ¿por qué no lo dijo cuando el padre iba recorriendo los platós y las radios recaudando miles de euros que ahora han desaparecido? ¿Por qué no avisó a la Policía? ¿Y por qué sólo se atreve a hablar ahora que todo el mundo lo sabe? Porque lo bueno del caso es que ahora han aparecido otras muchas personas que también sabían que ese hombre no era trigo limpio. En los casos de corrupción también ocurre lo mismo: todo el mundo sabía que estaba pasando algo muy raro, pero, claro, nadie decía nada hasta que no se destapaba el caso.

Y la verdad, también hay que preguntarse por qué los periodistas no investigaron la historia. Porque las historias que contaba el padre de Nadia para conmover a la gente eran muy sospechosas. Cuando leí que había ido a Afganistán con su hija porque un médico muy bueno vivía escondido en una gruta -igual que se decía de Ben Laden-, pensé que había que ser muy idiota para ir con una hija enferma a un país tan peligroso como Afganistán. Y también pensé que era muy raro que un médico pudiera investigar en una cueva afgana. ¿Cómo había convencido a los talibanes para que le dejaran en paz? ¿Y por qué, entre todos los lugares del mundo -la Patagonia, Madagascar, Dos Hermanas-, aquel médico había tenido que elegir una remota gruta en Afganistán? La historia era tan inverosímil que es inconcebible que las mentiras de ese hombre no se detectaran mucho antes.

Mi teoría es que ese hombre, como todos los mentirosos patológicos, se dejó embaucar por sus propias mentiras. Y cuanto más convincentes resultaban -porque le llovían de todas partes los donativos para su hija-, más inverosímiles y más disparatadas se volvían. Mi padre, que durante toda su vida fue médico de la Seguridad Social, me contaba que no había prácticamente ninguna dolencia que no pudiera tratarse en nuestros hospitales públicos. Pero si esta clase de estafas ocurren, es porque tenemos una idea muy equivocada de nuestra sanidad pública. Nos vendría bien ser un poco más confiados con respecto a nuestros servicios públicos. Y un poco más desconfiados con respecto a los que cuentan cosas muy raras con el pretexto de curar a una hija moribunda.

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