VEINTIÚN sirios, en contra de lo que pueda parecer, no es ningún grupo after punk de los ochenta. 21 sirios y 9 iraquíes es exactamente el número de refugiados que llegaron anteayer a Luxemburgo procedentes de la isla griega de Lesbos. Lo voy a repetir. Entre los treinta refugiados que llegaron anteayer, 4 de noviembre, se encuentran 21 sirios y 9 iraquíes, de ellos 19 son niños y niñas, seis son mujeres y cinco, hombres. Y llegaron el miércoles 4 de noviembre, dos meses después de que la Unión Europea se comprometiera a acoger a 160.000. En lo que va de año han llegado a la castigada Grecia, uno de los pocos países que no ha protestado, cerca de 600.000 criaturas. El acto de la salida ha sido convenientemente difundido por todo el aparato propagandístico de la Unión, con decenas de fotógrafos inmortalizando el momento en el que al presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, el ministro de Inmigración de Luxemburgo, Jean Asselborn, el primer ministro griego, Alexis Tsipras y el Comisario Europeo de Inmigración, Dimitris Avramopoulos, reciben orgullosos en Atenas a los agradecidos refugiados que han tenido el privilegio de ser acogidos.

Todos se muestran sonrientes y satisfechos cuando en realidad deberían avergonzarse. Incluso cuando actúan con criterios morales y de humanidad, como en este caso, no hacen más que poner aún más de manifiesto lo vergonzoso e intolerable de la postura de esta Europa bien alimentada y desmemoriada, que un día fue el epítome de la decencia, la justicia social y los derechos humanos y que hoy se muestra tan tacaña en solidaridad. Parece mentira que sea esta misma Europa la que hace solo setenta años tuvo que ser reconstruida de la devastación por gente humilde que tuvo que huir de su casa acosada por las bombas y que en general fue bien recibida y tratada con humanidad. Del fascista húngaro Viktor Orbán poco podía uno esperar, pues ya venía dando muestras de su tendencia a la intolerancia y el totalitarismo desde que alcanzó el poder, antes de la crisis de los refugiados (con la complicidad de toda la Unión, que miraba para otro lado mientras pisoteaba la libertad de expresión, por ejemplo), pero que todos los países centroeuropeos, Eslovaquia, la República Checa, Austria, la plácida Eslovenia, el único país de la antigua Yugoslavia al que la guerra no devastó por completo, estén comprando las concertinas que se fabrican en Málaga (y que por cierto prohíbe la Convención de Ginebra para tiempos de guerra) para blindar sus fronteras en tiempo de paz es sencillamente descorazonador, para tirar la toalla y exiliarse en Gambia o algún otro país donde la gente no haya perdido por completo la vergüenza.

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