Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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El solar de las palabras

El último libro de Antonio Muñoz Molina hilvana pandemia y recuerdos de infancia con eficacia y maestría

Huyendo de patrioterismos vanos, he cambiado de pueblo, como algunos queers cambian de género. No siempre he sido del pueblo en que nací. Pero experiencias parecidas a las que Antonio Muñoz Molina dice haber experimentado de niño en su pueblo, Úbeda, las viví yo en mi pueblo de elección. Él las cuenta en su último libro Volver a dónde. Yo desgrano algunas aquí: La matanza del marrano, la escuela de don José Gutiérrez, mi inolvidable maestro, la espera del fin del mundo, que entonces -a los datos me remito-, no llegó, pese a que la Virgen de Fátima lo había anunciado; los paseos en bicicleta con mi prima montada en el cuadro. Las carreras de cintas, y la emoción de ensartar la que había bordado la muchacha que te gustaba. Acompañar a mi tita María en el rezo del santo rosario que a ella, junto con el solitario, en el que se hacía trampas, le servía de tranquilizante tan eficaz como el valium o los móviles para los adolescentes de hoy. Nuestro teléfono era de manivela, conectado a la centralita del pueblo. El número 2. La operadora, que solía oír las conversaciones, llegó a tener más información de sus vecinos que el propio párroco. Acompañaba en el rezo a mi tía por dinero, menos cuando tocaba rezar el rosario de las naciones, entonces le daba la réplica de balde por un cierto internacionalismo latente. La charla de las mujeres, desgranando el maíz, debajo de la terraza de nuestra casa. Por sí solas, estas cosas mías no valen nada, pero Muñoz hilvana sus recuerdos de infancia y los del virus con tanta maestría que el que quiera saber cómo era el mundo que arrasó la Guerra Civil y la pandemia hará bien en leer su libro. Nací muy cerca de Úbeda, en Villanueva del Arzobispo. Allí aprendí a hablar. Y su libro ha desempolvado viejas palabras de mi infancia, olvidadas: cuando los niños no teníamos fiebre, sino calentura; cuando no nos arrimábamos al fuego de la chimenea, sino a la lumbre; cuando, sumergidos en un mar de olivas nos azotaba el aire, no el viento. Donde si sentías vergüenza, no te ponías rojo, sino colorado. También he vuelto a otros pueblos, a otras palabras que me habitaron, a otras patrias que habité, para afianzarme en la idea de que somos, sobre todo, un manojillo de palabras. Nuestra patria. La de Muñoz Molina, tan frondosa, tan cálida, tan confortable, tan inquietante.

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