Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

La solemnidad de Windsor

Es imprescindible disponer de normas de cortesía, pues no es la ley el vehículo oportuno para regularlo

No hay sociedad sin liturgia. Somos seres sociales y necesitamos reflejarnos en los modos de afrontar cada momento de la vida, personal y colectiva. El solemne funeral por el Duque de Edimburgo es una muestra de cómo hoy en día, sólo la Iglesia Católica y la Corona Británica, siguen luciendo la pompa y la grandeza en sus ceremonias oficiales. Junto a ellas, un puñado de monarquías europeas y algunas repúblicas -en especial Francia, esa actual república coronada creada por el general De Gaulle a su imagen y medida- luchan contra los nuevos, aunque no sé si mejores tiempos, por mantener ese sentido tradicional de celebración del orgullo nacional. Y después, la nada. A lo más, los nuevos ritos de mochila y chanclas, que no dejan de ser una liturgia, pero que a diferencia de aquellas, lo que consagran es el feísmo y la vulgaridad como fin de la sociedad a la que dicen representar.

Rodeados hoy, de tanta obscena ostentación, la refinada discreción que siempre mantuvo en público el duque, pasos atrás de la reina, convierten en virtud casi heroica lo que debería ser norma. Convivir es vivir juntos y para poder hacerlo pacíficamente, es imprescindible disponer de normas de cortesía, pues no es la ley el vehículo oportuno para regularlo. Las mismas normas que hoy se vulneran convirtiendo cualquier foro social en una taberna de perdularios.

No hace tanto, todos aspiraban a convertirse en aristócratas. Entendido el término en el concepto aristotélico original. Ser los mejores. Aquellos que sobresalen, independientemente de sus orígenes, por su sabiduría y elevadas virtudes. Elitismo, no clasismo. Mérito personal y no de sangre. Y eso incluía, evidentemente, las formas y los modos de comportarse en sociedad. ¿Qué es la civilización si no? Los que hoy llaman naturalidad a la mala educación e hipocresía a la cortesía no entenderán jamás la ola de orgullo nacional que ayer atravesó el Reino Unido ante la solemne grandeza del ceremonial seguido en el funeral del príncipe Felipe de Edimburgo. Cada exquisita imagen; cada melodía elegida primorosamente para el momento oportuno; cada detalle, desde el vehículo que portaba el féretro hasta la disposición en la capilla, fueron una exaltación de la patria y del sentido de comunidad. Y sobre todos ellos, la soberana y regia imagen de Isabel II, imperturbable ante el deber en su ancianidad, que plasma, mejor que nadie, el orgullo de la vieja Britania.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios