La trastienda
Siete años para un espigón
Cumplimos el sueño de conocer ese lugar junto al mismo Toledo del que todos hablan, Puy du Fou, ese espectáculo histórico que a todos fascina y que, efectivamente, a todos los que íbamos en el bus nos deslumbró. Como cuando éramos niños, contemplábamos con la boca semiabierta semejante despliegue de una narración escénica en un espacio inabarcable con lago incluido del que surgían como por ensalmo carabelas o palacios árabes, con danzarines corriendo y brincando como gacelas sobre las aguas y con final apoteósico, cómo no, de espectáculo de fuegos de artificio y fascinación.
En hora y cuarto repasaron la historia patria con la pericia de no entrar en los temas más controvertidos y sin soltar nunca ese tono legendario de personajes como el inevitable Cid, Cervantes o Recaredo. A veces con sensación de ensalada de temas sí, pero otras con la pausa dramática que requieren asuntos aún espinosos como la Guerra Civil fratricida.
El ritmo era tan fluido y trepidante que conseguían maravillarte con el siguiente alarde técnico de los drones dibujando hileras de luces sobre la negrura estrellada del cielo, los cañonazos (reales) de los franceses y ese eterno telón de fondo de un Toledo perenne que daba sentido y unidad a todo lo que allí se contaba.
Hay veces, pocas, que la maravilla largo tiempo anunciada no sólo no defrauda sino que supera a lo escuchado. Este fue el caso. Tanto en la noche del Sueño de Toledo como en los demás espectáculos del día siguiente, en el que anduvimos lo nuestro los cuarenta que íbamos tan agotados como incansables por seguir viendo alardes como las rapaces que volaban sobre nuestras cabezas o esa suerte de museo-recreación del primer viaje de Colón en el que hasta sentías la zozobra y la desesperación de aquellos épicos aventureros.
De todo lo sorprendente allí vivido, superándolo incluso todo, la reflexión inevitable de que haya tenido que ser un francés el que nos reponga en su lugar toda la grandeza de la historia nuestra. Se confirma así que desde fuera nos ven mucho más valor que el que nos damos con tanto deconstruir y tirotearse los rancios de uno y otro bando.
Pero, en fin, sin desperdicio este espacio que en mitad de un secarral ha creado un sueño duradero y magnífico que además da empleo desde la cultura y desde eso que tanto nos sobra, desde la belleza de ser quienes somos tal como somos. Hay que ir.
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