En tránsito

eduardo / jordá

E spíritu universitario

ALGUNOS de los personajes que han cambiado el mundo actual no terminaron sus estudios universitarios. Steve Jobs, el creador de Apple, sólo consiguió hacer un breve curso de caligrafía durante su efímero paso por un colegio universitario. Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, dejó sus estudios de informática en Harvard sin terminar. Y Bill Gates, el fundador de Microsoft, abandonó su carrera antes de tiempo -también en Harvard- porque nada de lo que le enseñaban en las clases de Ciencias de la Computación estaba a la altura de lo que buscaba. Con esto no quiero decir que los estudios universitarios sean una pérdida de tiempo -nada más lejos de mis intenciones-, sino que la tecnología moderna cambia tan deprisa que la universidad tiene serios problemas para adaptarse al ritmo de las innovaciones. De todas formas, no conviene olvidar que Larry Page y Sergei Brin -los inventores de Google- se conocieron cuando estaban haciendo el doctorado en la universidad de Stanford.

Digo esto porque en España tenemos un tanto mitificada la universidad. Por haber sido un país que hace un siglo era mayoritariamente analfabeto, nos seducen los títulos universitarios y toda la parafernalia académica. Por eso se han creado universidades públicas en todas las provincias andaluzas. Y por eso hasta las provincias menos pobladas de nuestro país -Soria y Teruel- tienen sus respectivos campus universitarios. Repito que no hay nada malo en ello, y quizá la proliferación de campus explique que nuestro país sea uno de los más tolerantes y abiertos de Europa, por ejemplo con respecto al matrimonio homosexual (aunque no seamos un país nada culto, ojo, porque eso sí que no lo somos). Lo malo es que todas esas universidades son muy caras de mantener, ya que las tasas universitarias no cubren ni un 30% del valor real de los estudios, de modo que todos nuestros estudiantes están becados. Y además, todas esas titulaciones están creando unas expectativas falsas entre los alumnos, ya que no tenemos un mercado laboral que pueda absorber a los licenciados universitarios.

Éstas deberían ser las claves sobre las que se debatieran las propuestas del ministro Wert. Pero como pasa siempre entre nosotros, los debates acaban siendo un teatrillo de títeres de cachiporra en el que todo el mundo grita y nadie escucha a la otra parte. Y puede ser que tengamos muchas universidades, sí, pero espíritu verdaderamente universitario tenemos muy poco. Por desgracia.

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