Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

¿Más teatrillo?

DECÍA la pasada semana que la política española se había convertido, en los últimos tiempos, en un cachondeo. Los que acudieron el 26-J a las urnas se preguntan, como todos los ciudadanos, si su voto habrá servido para desatascar las cañerías o continuaremos en el mismo teatrillo de malos actores. Es verdad que ha habido un único partido ganador, nos guste o no, el PP y el denostado Mariano Rajoy, que ha elevado a 137 escaños su peso en el Congreso y aumentado su abrumadora mayoría en el Senado, pese a las corrupciones que le persiguen, el desastre de sus políticas sociales y otros asuntos no menos importantes. Los demás han sido castigados, con mayor o menor dureza, en las urnas: Cinco escaños menos para el PSOE -en la línea de superarse con el peor resultado de su historia-, otros ocho negativos para Ciudadanos y el estancamiento de Unidos Podemos que con 71 no alcanzan el objetivo, cantado por las fracasadas encuestas, de superar a los socialistas y convertirse, al menos, en segunda fuerza política.

Con este panorama es difícil saber si se dejará gobernar, por activa o pasiva, con las reformas que resulten de posibles o imposibles pactos, a los primeros, en solitario o coaligados. Los precedentes pactantes no ofrecen luz alguna, sino todo lo contrario. La izquierda tuvo una ocasión única tras el 2O-D de gobernar y la desaprovechó. Ahora, unos y otros, tendrán que demostrar que están a la altura de las circunstancias, superando sus odios o inquinas personales. Si antes de las elecciones decía Iglesias -otro perdedor, teniendo en cuenta las expectativas con las que concurría- que había dos posibilidades, sobre todo para los socialistas: Entrar en el Gobierno de Unidos Podemos o apoyar, por activa o pasiva, al PP de Rajoy. Hoy, a los socialistas y a los de Rivera se les simplifica la elección: o pactar, les guste no, con Rajoy -el pacto de izquierdas con independistas y Bildu parece imposible- o llevarnos a otras elecciones.

No sé si los tres partidos -constitucionalistas, según se llaman ellos mismos- tienen voluntad de pactos, cediendo cada uno en lo que no sea fundamental para ellos o mantienen sus equidistancias, vetos y odios. Lo que parece un mal chiste es que los perdedores pidan al líder ganador que se vaya, aunque lo deseen muchos ciudadanos. Pero ganar sin mayoría absoluta no significa imponer. Así que una cura de humildad y un poco de formación en escuelas escénicas -ya que se han aficionado al teatrillo- o, simplemente, donde les enseñen cultura general y democrática, de las que tan necesitados están, es vital para lograr, si no acuerdos generales, al menos pensar si un país, ante el hartazgo general, puede seguir pendiente de farsas electorales que se están convirtiendo, paradójicamente, en el peor enemigo de la democracia.

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