¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Le toca a los jueces

Siempre tengo muy presente la frase del profesor Macarro: "Las mayores tonterías las escuché en la Universidad"

Primero fueron las instituciones representativas: el Congreso, el Senado, los parlamentos autonómicos y hasta los ayuntamientos. Fue el tiempo del "no nos representan". Hasta que llegaron ellos a los hemiciclos y a los gobiernos. Entonces ya sí nos representaban. Ya podíamos vivir tranquilos. Habían convertido las cortes en una playa dominguera -por las pintas, digo- y eso, al parecer, era llevar la naturalidad y la voz de la gente corriente a los salones del poder. Ya saben que el común suele andar por ahí discutiendo sobre el asunto no binario y la matria que nos parió.

Después fueron a por la historia. Se inventaron la teoría conspiranoica del régimen del 78, al que pintaron como un sucio apaño entre banqueros con chistera, generales decrépitos y políticos arribistas. Los únicos que se portaron, al parecer, fueron los Grapo y gente así. Pocas veces se ha hecho un esfuerzo tan grande para ensuciar el pasado de España.

Más tarde fueron a por la Corona. El viento, todo hay que decirlo, les vino de popa por los desvaríos del Emérito. Pero se encontraron con esa torre llamada Felipe VI, un rey con seriedad de Habsburgo, y España volvió a demostrar que es un país con un monarquismo más arraigado de lo que parece.

Ahora les ha tocado a los jueces, uno de los gremios más serios y formados del país, al que se accede por estricto mérito (pero el mérito también está en su punto de mira). A los jueces no se les perdona que apliquen las leyes donde ellos quieren aplicar sus fantasías ideológicas. La campaña que se está haciendo en contra de los magistrados es propia de un régimen populista de graves carencias democráticas. Querrán, imagino, tribunales formados por tricoteuses.

Es curioso que buena parte de estos ataques a la justicia y los jueces parten del mundo universitario, precisamente uno de los grandes baluartes del nepotismo latino, donde prácticamente nadie hace carrera si no es del agrado del catedrático de turno, donde la politización -sobre todo en las carreras de humanidades y ciencias sociales- llega a veces a cotas nepalíes. Cada vez tengo más claro que el problema de España son sus intelectuales. Siempre recuerdo la frase de mi profesor José Manuel Macarro, antiguo diputado socialista y popperiano acérrimo: "las mayores tonterías las escuché en la Universidad".

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