La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

¿Somos tontos? Los turistas tampoco

Tendríamos que reivindicar el turismo high-cost: la batalla no es el precio, es valorar si lo que ofrecemos merece la pena

Turistas en el acceso a la Alhambra.

Turistas en el acceso a la Alhambra. / ÁLEX CÁMARA.

A Lola Flores deberíamos incluirla en los manuales de innovación financiera: fue un torbellino en el mundo de la copla y fue, sin proponérselo, una pionera del crowdfunding. Con una peseta que pusiéramos cada español, ella saldaba sus cuentas pendientes con Hacienda. ¡Y qué insignificancia desprenderse de una irrelevante moneda!

Lo malo del crowdfunding es que lo hemos matado de éxito. Tanto hemos recurrido a la solución solidaria como parche ante los crecientes agujeros del Estado del Bienestar, tanto hemos trampeado, que hemos descafeinado las causas y hemos desvirtuado el modelo. La razón de fondo, sin embargo, no tiene tanto que ver con el agotamiento de la generosidad popular como con la gran paradoja que mueve ese capitalismo salvaje que no dejamos de alimentar: nos fascina lo gratis pero sólo valoramos lo que tiene un precio. De entrada y de salida. Es una cuestión de valores y se desliza, además, como un baremo colectivo sobre lo que merece la pena.

Turismo y cultura tal vez sea el binomio que mejor ejemplifique el dilema: hacer cola tiene un efecto magnético que se debate entre el relativo interés que supone lo masivo y la exclusividad que implica competir por lo escaso. Si no hay disputa y no tiene un precio (en euros y en tiempo), pierde valor. Piense en la batalla de sombrillas en la playa, en los codazos del chiringuito para mendigar una cerveza y en las colas en que se traduce cada minuto del día: del supermercado al restaurante pasando por cualquier actividad turística, cultural y monumental… que merezca la pena.

¿Y merece la pena Granada? Todos los indicadores, tanto los cuantitativos que nos llevan de récord en récord como los cualitativos de la opinión de los viajeros que nos dan casi un sobresaliente, certifican sin fisuras lo que nos dicen mes a mes las estadísticas. Más aún en un verano en el que las infraestructuras han dejado de ser un palo en las ruedas para la industria turística con la inclusión de Granada en el mapa nacional del AVE y el refuerzo de destinos en el aeropuerto (incluido el polémico vuelo de Iberia a Madrid que partirá a las 6.30 de la mañana como la compañía llevaba meses reivindicando).

Si nos fiamos de las cifras, si nos creemos lo que vemos en las calles, la pregunta inmediata que deberíamos hacernos es por qué en Granada nos empeñamos en competir por abajo tirando los precios; a lo Lola Flores, mendigando. ¿De verdad nos extrañamos de que sea una de las provincias andaluzas con menor gasto medio por turista? Si a la presión de los apartamentos turísticos (legales e ilegales) le unimos una de las plantas hoteleras más baratas de toda España; ¡si con dos tapas y dos cervezas comes!; si preferimos reptar acomplejados sin ser capaces ni de afrontar la implantación de la tasa turística o la subida de precios a monumentos excepcionales como la Alhambra…

La nueva consejera de Cultura ha abierto el debate sobre la oportunidad de cobrar por acceder a los museos pero también lo ha hecho a lo Lola Flores -donde la Junta no llega que llegue el bolsillo de los ciudadanos (en este caso con un ticket en lugar de con voluntarismo)- y se plantea además de forma parcial y superficial.

Porque hay unas pregunta previas que no nos hacemos: ¿Merecen la pena los museos andaluces? ¿Son realmente competitivos? ¿Los hemos modernizado y ajustado a las cada vez mayores exigencias del turista-ciudadano de hoy? ¿Qué queremos contar en los museos? ¿Qué aportan?

Y porque, aparte de garantizar que lo recaudado revertería en mejorar las instalaciones (y sus contenidos), no estaría de más evaluar en qué estado tenemos los museos y cuál es exactamente la oferta por la que queremos cobrar… Granada, por ejemplo, se mantiene en la carrera para ser capital cultural europea en 2031 sin saber si quiera cuál es su catálogo de equipamientos: el anterior delegado de la Junta quedó comprometido en presentar un informe sobre la situación de todas las instalaciones y, según ha revelado esta semana el nuevo equipo de gobierno al anunciar el relanzamiento y redefinición de la candidatura, es uno de los puntos de partida que siguen pendientes.

¿Nos atreveríamos a duplicar el precio de entrada a la Alhambra? ¿Y a cobrar por visitar Sierra Nevada en verano? Porque es irrisorio si lo comparamos con cualquier destino medio popular de ahí fuera (y no siempre merecen la pena). Acabo de pagar 35 dólares por acceder al parque de Yosemite, otros 35 por entrar a Sequoia Park y ¡40! por ver las celdas y el mítico patio de la cárcel de Alcatraz. Las campañas de sensibilización sobre la necesidad de contribuir a su conservación y mejora son brutales. Y funcionan. En Granada, en buena parte de España y Europa, el papá Estado hace de salvaguarda hasta que nos damos cuenta de que no llega donde debería ni en las mejores condiciones…

Afrontemos el desafío del turismo y la cultura de calidad, pero hagámoslo sin complejos. Y sin simplificar: caro y barato no es sinónimo de bueno y malo pero empecemos a desmontar que la (única) batalla es la del precio. Si así fuera, en Granada lo tendríamos fácil: turismo a lo Lola Flores; señores viajeros, ¡la voluntad!

No es un turismo de atajos el que deberíamos reivindicar; no sabiendo que tenemos un destino con un potencial y una proyección mundial. Repensemos la oferta, asegurémonos de que lo que ofrecemos merece la pena y pongámosle un precio. Sin abusos ni obsesiones.

Como el crowdfunding, el turismo low-cost tuvo un sentido hasta que lo convertimos en una trampa para engañar al viajero. Pero los turistas no son tontos; tampoco nosotros. Lo reclamamos cuando viajamos y deberíamos recordarlo cuando los recibimos. Importa el cuánto pero importa aún más el qué.

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