La tormenta perfecta

El vencido, siempre el mismo: la ciudad. El vencedor, jamás vi a nadie que en río revuelto lograra tal condición

Es junio un mes imperfecto. A medio camino entre no va más y aún queda, entregar la cuchara o seguir en la contienda, entre frío y calor, entre poder o querer. Apenas horas para que el día acabe, y nada mejor que una tormenta como la de la otra noche. Mis hijos señalaban con el dedo, pronunciaban la palabra mágica y el cielo resplandecía una y otra vez sin cesar. Una ventisca todo lo arrastraba, un aguacero en pedazos de cielo que caían y no dejaban de empapar lo que su paso condenó. La tormenta perfecta. Era la tormenta perfecta.

Disfruté. El olor a tierra mojada es como la esencia del perfume más codiciado. Poco acostumbrados a que el día nos moje, el buen humor alcanza hasta bien entrada la noche. A la mañana siguiente, aunque con nubes encima y amenaza de volver a tronar, todo aparece limpio, espaciado, sin apenas rastro de la guerra que horas antes desató el cielo. Les decía: la tormenta perfecta.

La tormenta que pido para Granada. La misma que espero asole el Ayuntamiento. No sé quién hará de rayo y quién de trueno, pero sí cuál es su misión y cuál su responsabilidad. Verán: ahora todo pasa por una partida de ajedrez. Propongas cuanto propongas, se trata de un vencedor y un vencido. El vencido, siempre el mismo: la ciudad. El vencedor, jamás vi a nadie que en río revuelto lograra tal condición. Fuimos la generación de la responsabilidad institucional, de arrimar el hombro, de perder, si fuere necesario, condición y partido. Los Pactos de la Moncloa no nacieron con victorias, sino entre cesiones y derrotas donde todos se privaron de orgullo y naturaleza. Hoy no es como antes. La batalla no se entiende si no obtienen tajada política.

LLegó el momento en que los más amparados por la ciudadanía se sienten en una mesa y luchen por esta ciudad. Esto no va de alcaldías. Una cosa es lo justo y adecuado. Otra, lo legítimo, que no alcanza más allá de la legalidad de su actuación. Pero mientras, Granada se desangra y vierte su sangre en centralismos como el malagueño o sevillano. Granada muere a costa de lo que a diario pierde en conflictos internos que le privan de riqueza. Pasaremos con vergüenza a la historia. Esto no es un problema de PSOE o PP. Es de todos, incluidos no adscritos.

Tampoco va de quien intente aparecer como salvador. Más bien, el ciudadano, harto de fariseísmos, espera de todos los concejales que olviden siglas y postureos. Que antepongan Granada a cualquier realidad. Esto va de ciudad, no de noticias con que robar un puñado de votos. Esto va de partidos y concejales que representan legítimos intereses, y a ellos se deben. Los más votados, deberán tirar del carro por responsabilidad. Pero no sortear sillones para el año y medio que apenas queda. Y el resto de opciones políticas, que no vean en la generosidad de aquéllos el momento propicio de barrer, criticar e intoxicar. Como Serrat, estamos hartos de estar hartos. Esta ciudad no lo merece, y si lo hacen, lo pagarán caro. Un ciudadano no es el gilón que sólo vota cada cuatro.

Respeto. Respeto a la ciudad y al encargo. Respeto a quienes creemos en la responsabilidad institucional, por encima de trueques y manejos. Hay una tormenta, sí. Y amenaza con caer. Sobre todos. Los ciudadanos, cansados e irritados. Y si nadie pone remedio, el viento arrastrará y se llevará lo que encuentre a su paso. Políticos incluidos. Y será, lo veremos, la tormenta perfecta.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios