El éxito del I Bull Festival de Granada me ha dado para hacer memoria veinte años atrás, o más, hasta aquel 'Entierro de la Cultura' con un féretro y letrero de la finada detrás del que anduvimos en procesión los cultos, diletantes, artistas, culturetas y demás gente sensible y rebelde frente a lo que se veía venir que pasaría al confundir cultura con espectáculo con las Spice Girl asomándose al balcón del Ayuntamiento de Kiki Díaz Berbel ejerciendo de pepero cultural, con sus risotadas junto a aquellas tías buenas ligeras de ropa con don Fermín Camacho y sus puros al lado y luego los elefantes del circo, la jaima del jeque en el Llano de la Perdiz, y así, todo bien lejos de la fineza selectiva de las élites conservadoras, léase los Gallego y su estirpe, los Rosales o los Rodríguez Acosta.

Allí empezó el asalto de los catetos a la 'cortura', mentes rancias adictas a las pelis de Alfredo Landa, las varietés de Lina Morgan o Sazatornil, bienpensantes que rechazaban a esos 'raros' (sic) de la cultura sin nómina ni chaqueta, corbata ni pelo con gomina.

Aquel Entierro de la Cultura marcó el deceso de una Granada que había alumbrado la poesía de la nueva sentimentalidad, a los 091 y Lagartija Nick, La Tertulia, Carlos Cano o Miguel Ríos o el mítico Espárrago Rock donde tan buenos ratos pasamos, tiempos donde se demostró que la belleza puede ser riqueza si lo montas bien y le das su tiempo y su espacio para que germine. Lo rancio enterró lo vivo hasta el punto de que hace poco un alcalde se ufanaba de ser un 'cateto de Píñar' que montaba un botellódromo para que los aprendices de alcohólicos estuvieran más cómodos mientras desmantelaba el frágil tejido cultural hasta prohibir (¡prohibir!) el arte callejero o multar a nuestro mejor pintor, El Niño de las Pinturas. El absurdo lo tiñó todo.

No sé si serán esto del Bull Festival brotes verdes, naranjas o amarillos, pero son brillos que hay que arropar en su germinar y, especialmente, pagar, que la cultura se mantiene con el dinero de cada uno, como cultura necesaria que nos hace menos vulnerables a tantas mentiras.

Ojalá sea verdad y pasemos del 'pan y circo' a entender que la belleza puede ser riqueza en Granada si se gestiona bien para que produzca trabajo, ciudad, y sobre todo algo más de bienestar.

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