Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

La tradición

LO más sensato que debiera pasar con la Toma es que desapareciera. Que, como ya ha empezado a ocurrir este año, la gente dejara de congregarse en la plaza de Carmen. No de golpe, no, porque habría víctimas a espuertas (los desengaños son muy malos para el corazón) sino poco a poco. Un año un puñado menos, otro año unos pocos cientos, así hasta que se vieran solos para su vergüenza, frente a frente, los únicos que sostienen semejante tradición: los folcloristas de izquierdas (que los hay), los concejales de casi todos los partidos que no tienen pudor de desfilar como espantajos ni de mover la chistera y el pendón como si estuvieran quitando el polvo a las esencias patrias; los ultraderechistas, a quienes ya apenas les queda un centímetro de imperio para convocar a sus demonios, y los grupos contrarios a la Toma que se han convertido en un elemento tan esencial como el pendón de Castilla para festejar con el debido nervio la tradición de la que abominan. Cuando se encontraran cara a cara, sin curiosos, como animales de un zoológico que han perdido el público, supongo que serían conscientes de la extravagancia no ya de la fiesta de la que son comparsas (unos con pitos, otros con palmas) sino de su propia incongruencia. Y entonces se disolverían. Los concejales se despojarían de sus falsas galas, envainarían los espadones, guardarían en el arcón del alcanfor los pendones; los ultras plegarían las pancartas en defensa de la unidad de la España católica y los del bando de enfrente concluirían las proclamas contrarias.

Y así, sin fiestas ni contra fiestas, nos ahorraríamos las chaladuras del arzobispo de Granada que no ha perdonado un año sin agregar un zurcido a la extravagante costura de la interpretación histórica. Unos disparates, además, altisonantes que tienen el sabor de la nostalgia y que arrastran consigo los efluvios de la carcunda más refinada. Este año, por ejemplo, el arzobispo ha estrenado lo que podríamos denominar el síndrome Moa, que consiste en reivindicar lo peor de la historia mediante un lavado apostólico de cara. Francisco Javier Martínez aseguró que la reconquista de los Reyes Católicos (con todas su represión, engaños y la posterior contrarreforma) fue "la más extraordinaria, exquisita y humana en comparación con otro tipo de conquistas en las que se pasaba a cuchillo". Aquí pasaron al personal por el Tribunal del Santo Oficio y le aplicaron deleitosas torturas o lo expulsaron con una violencia de guante blanco. Un dechado de bonhomía, vamos. Que se lo pregunten primero a los moriscos y luego a los judíos. No es que haya que tirar por un tajo las estatuas de los Reyes Católicos pero tampoco es como para presumir de gollerías versallescas.

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