Crónica Personal

Los trastos a la cabeza

Cuando algo va mal, se buscan fórmulas para mejorarlo. La excepción es el Gobierno español

Andan a la greña los políticos porque nadie quiere hacerse responsable del desastre, pero mientras se tiran los trastos a la cabeza los ciudadanos están con el agua al cuello: la tercera ola de la pandemia golpea de forma implacable a pesar de que los expertos alertaban sobre ella sin que se tomaran las medidas adecuadas para neutralizarla, como alertaron sobre el temporalazo. En algunas ciudades como Madrid la gente lleva una semana de encierro porque no funcionan los servicios de limpieza y de transporte como debían funcionar, y un porcentaje elevado de los que se arriesgaron a salir han acabado con sus huesos en Urgencias por el hielo.

Son muchos los responsables, pero el Gobierno central se lleva la palma. Sigue sin entenderse que al inicio de la pandemia asumiera todo el poder, ante la incomodidad de presidentes regionales y alcaldes que conocían mejor que nadie los problemas reales de sus ciudadanos, y que después, ante el desgaste de la pésima gestión, transfirieran parte de las competencias a esos gobiernos y alcaldes, pero con limitaciones que no quieren ni siquiera replantearse. Ante la tercera ola, varios gobiernos regionales se han saltado esos límites, como ha hecho el presidente castellanoleonés, y le ha faltado tiempo a Illa y a Moncloa para anunciar recurso ante los tribunales. El mismo Illa que día declaraba en El País que los gobiernos regionales podían confinar según el sentido que se da en Europa a ese término. Que aclare qué pretendía transmitir, porque no se entiende.

El confinamiento es la solución más eficaz contra la pandemia, pero esa medida destroza la economía. Dicho esto, hay preguntas que se hacen los españoles y que la autoridad tendría que responder. La primera, por qué no se tomaron medidas expeditivas ante una tercera ola pandémica y un temporal anunciados con mucha anticipación. Para continuar: por qué la capital sigue siendo una inmensa y peligrosa pista de hielo sin que se vea por ninguna parte la obligada operación de limpieza; por qué el índice de vacunados en España es muy inferior al anunciado; por qué no se copia a quienes lo hacen mejor, Nueva York por ejemplo ha vacunado a seis millones de personas en un mes. O por qué el Gobierno central no aprueba las iniciativas que proponen los gobiernos regionales para permitir que la gente pueda vacunarse en farmacias y en centros sanitarios privados, coordinados con los públicos y atendiendo las instrucciones de las autoridades. Cuando algo va mal, se buscan fórmulas para mejorarlo. La excepción es el Gobierno español, que ante el fiasco monumental sólo se le ocurre aplicar el dicho de "ni come ni deja comer".

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