YA ha pasado algo más de una semana desde que la Selección se proclamara campeona de Europa y, pasadas las celebraciones, por mi parte aún vivo en una dulce resaca, entre otras cosas porque el dolor de cabeza no existe. Será porque el equipo de Luis Aragonés era de calidad, nada de garrafón.

Hace un par de días aproveché un momento de tranquilidad para ver el partido de la final ante Alemania con todo el sosiego del mundo, ajeno a la tensión con la que contemplé el partido el 29 de junio. Y disfruté como un cochino en un lodazal. Ver el encuentro sin más emoción que la de recordar lo ocurrido ese día en Viena me permitió deleitarme con un fútbol de alta escuela. Volver a ver la maquinaria de la 'roja' en acción no cansa, en absoluto. Lo único que se lamenta al observar el encuentro está en rememorar la gran cantidad de oportunidades que se perdieron. Y es que se pudo golear a Alemania. También me sorprendió comprobar como los teutones acabaron el enfrentamiento entregados. ¡Toda una vida aguantando lo del juego físico de los germanos! y en la final los bajitos y en apariencia enclenques agotaron a sus rivales haciendo correr el balón de forma constante. Un ejemplo, conté los toques que se dieron en la acción del gol de Fernando Torres: trece. Y los alemanes sin poder hacer nada más que correr detrás del esférico hasta que lo tuvieron que sacar de la portería.

Fue bonito, muy bonito, mientras duró. Ahora, tenemos que confiar en que no haya que esperar tantos años para darnos una borrachera de fútbol semejante con nuestra Selección. Mientras, reconozco que sigo resacoso de la sobredosis de fútbol que tuve en la Eurocopa.

Ahora, a descansar de fútbol unos días. Ya mismo empezará el balón otra vez a rodar. Pero ya no será igual, porque a los que nos 'pone' la Selección siempre nos quedará aquel verano de 2008. Y Del Bosque coge el testigo en perfectas condiciones.