Uno de los peores efectos de la mala política, ésa que se reduce a un juego perpetuo de mezquindades, es su formidable capacidad para ocupar todos los espacios informativos. De este modo, los asuntos verdaderamente importantes, aquéllos que van a tener una trascendencia directa sobre nuestra realidad cotidiana, quedan con frecuencia ensombrecidos.

Es el caso del que hoy me ocupa: en 2020, producida la liberalización ferroviaria, podrán operar en nuestro país otras compañías distintas a Renfe. Esta apertura del mercado, impuesta por Europa, ayudará a abaratar el precio de los billetes, atraerá más usuarios y mejorará -al menos así se espera- la deficiente comunicación por ferrocarril que siguen soportando diversas zonas de nuestro territorio. ¿Sabían mis lectores que muy pronto existirá una oferta plural en trenes de largo recorrido y hasta en el propio AVE? Me malicio que no demasiados. Y miren que no es una trasformación fácil ni menor: le toca al Gobierno establecer los requisitos técnicos exigidos a los nuevos competidores; hay que regular el uso de vías, estaciones, slots, andenes, etc.; deberán coordinarse horarios y destinos; queda por delante, en fin, un gigantesco esfuerzo de adaptación al nuevo escenario.

¿Hay aspirantes? Se postulan fundamentalmente tres: Ilsa, empresa participada por Air Nostrum y la operadora francesa SNCF, que ya explota la línea Barcelona-Montpellier; Arriva, la filial de transporte de viajeros de la alemana Deutsche Bahn, y Globalia, el primer grupo turístico español, con referencias como Air Europa o Halcón Viajes.

En cuanto a los recorridos, la línea internacional que funcionaría entre Oporto y La Coruña, un viejo afán gallego, y las conexiones de alta velocidad entre España y Francia parecen por ahora los más atractivos. El eje transversal de Andalucía o el que necesita el Levante español podrían quizá añadirse a estos.

A la vista de lo que se le avecina, Renfe va a invertir 2.000 millones de euros en renovar su flota para cercanías y media distancia, además de encargar 30 nuevos trenes de alta velocidad a Talgo e impulsar alternativas más económicas como la marca Eva.

Se aproxima, pues, un cambio radical, que reactivará la industria ferroviaria, obligará a Adif a optimizar sus infraestructuras y redundará en beneficio de la sociedad toda. Nada, una tontería que, como comprenderán, no merece hueco entre tanta actualidad enfangada, vociferante y superlativa.

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