El triángulo rojo

Podía considerarse inapropiada la presencia de esa insignia enla solapa de partidarios de la URSS

No cabe duda, es una insignia opresiva, con la que de un modo muy especial, los ministros que se consideran comunistas contestan o responden a aquellos que, hace sus buenos tres cuartos de siglo, encerraron en campos de concentración a sus ideólogos contrarios, privándoles de libertad primero y luego, en muchísimos de los casos, de la vida, también. Nazis capturando y aprisionando a comunistas, principalmente.

Hasta hace sólo unos días, según parece, se podía adquirir esa insignia en la tienda informatizada del Partido Comunista de España: un triángulo metálico esmaltado de color rojo, invertido, de apenas un centímetro cuadrado, al módico precio de 2,5 euros.

El hecho de que algunos nuevos ministros comunistas del gobierno de Pedro Sánchez los llevasen en la solapa, en el preciso momento de su juramento como tales ministros, no suponía sino la pretensión de forzar, de alguna manera, que una acción abominable, pero acontecida hace decenios, fuese traída de nuevo a la palestra de los asuntos públicos, adquiriendo relieve de primer orden, aunque se tratase de un asunto absolutamente extemporáneo, pero que venía bien a servir para erigirse como abanderados o defensores de quienes ya recibieron la satisfacción de la justicia, a través del tribunal de Nuremberg, que, en su momento, juzgó y condenó el fascismo y el nazismo y ejecutó a algunos nazis, encarcelando de por vida a todos los demás que tuvo a mano. Podía, pues, a estas alturas, considerarse absolutamente inapropiada -por calificarlo con suavidad- la presencia de esa insignia en la solapa de partidarios y simpatizantes de aquel estado que fue la URSS que, de la mano y bajo la larga y crudelísima dictadura comunista -que a resultas vino a ser mucho peor que una cualquiera de las llamadas de derechas- mató, literalmente, de hambre y sufrimiento a ciudadanos y etnias de naciones enteras y a aquellos que se desviaban del pensamiento oficial marxista, trosquista, leninista, estalinista, enviándolos a la Siberia y enterrándolos en un blanco panteón de frío, hielo, hambre, enfermedad y olvido, para la eternidad.

No, no fue precisamente edificante el gesto del hoy vicepresidente Pablo Iglesias y del ministro Garzón, eso no se puede legitimar desde ningún gobierno democrático en tiempos actuales. Es vergonzoso y humillante. Es intempestivo, extemporáneo y hasta amenazador lo protagonizado, cada día, por estos dos personajes, subproductos impostados de recuerdos rechazables, de un comunismo terrorífico y trasnochado como el que, en nuestros días, viven en Venezuela, en donde el poder mata al ciudadano que quiera pensar y vivir libremente. ¿A quienes pretenden amedrentar?. Yo no quiero gobernantes así en mi país. ¿O no?

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