La columna

Juan Cañavate

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Dos tribunales completos

La miseria que transpira esta ciudad, abandonada por todos, también ha llegado hasta la Audiencia

Cuando llegan los primeros viajeros europeos a Granada tras la conquista castellana; Navagiero, Münzer... describen en sus crónicas un panorama desolador de la ciudad; los campos y huertos abandonados porque quienes los cuidaban habían marchado allende, la artesanía y el comercio languideciendo porque la gran familia genovesa que en tiempos nazaríes monopolizaba el comercio internacional, los Centurión, habían marchado a Málaga y los castellanos, según cuentan, dedicados en exclusiva al pillaje de las muchas propiedades que habían quedado abandonadas por granadinos, musulmanes o judíos, acaparando casas, huertos, tiendas, mezquitas, molinos, baños y hasta puentes.

Tan mal andaba la cosa que las autoridades castellanas, reyes o emperadores, viendo el color con que se iba pintando una ciudad cuya fama había llegado otrora hasta el mismísimo oriente, decidieron regalarle algunas cosas que pudieran atraer a una población que fuera más allá de la panda de pillos que se dedicaban a comprar y a vender propiedades en la primera maniobra especulativa inmobiliaria de la historia de España.

Y así la llenaron de iglesias y conventos, la dotaron de una Universidad y se trajeron la Chancillería de Valladolid. Y así entre curas, monjas, maestros, estudiantes, jueces, magistrados, abogados, presos y algún chupatintas del Cabildo, empezó la nueva ciudad a adentrase en la modernidad.

Con el tiempo, pocas cosas cambiaron, salvo la nueva maniobra especulativa que supuso la creación de la Gran Vía, aprovechando los excedentes del azúcar de la costa, y el que los viejos especuladores empezaron a alquilarle pisos a los estudiantes, una de las actividades más lucrativas de Granada hasta que se descubrió la de alquilar pisos ilegales a los turistas. Todo, claro, sin pagar impuestos.

La transición democrática trajo cierto brillo a una ciudad donde la Universidad y el Patrimonio Histórico seguían teniendo un peso sustancial, y la cultura se convirtió durante algunos años, en una seña de identidad de Granada. Tanto que, entre Rodríguez de la Borbolla y Javier Torres Vela, diseñaron un modelo de organización territorial de Andalucía en la que a Granada le tocaban dos cosas singulares; ser la capital de la cultura de la Comunidad y ser, además, la capital judicial con la ubicación del TSJA.

Lo de la cultura, ya saben ustedes, gracias a los de aquí y a los de allí, acabó por convertirse en una especie de broma de mal gusto, así que lo único que le quedó a la ciudad, aparte de bares y terrazas, fue la sede del TSJA.

Durante años, jueces, magistrados, abogados, fiscales… han vivido, tras las poderosas puertas de la Chancillería, mirando con distancia y lejanía la basura que, día a día, se iba acumulando en Plaza Nueva y en el resto de una ciudad cada día más empobrecida y gris.

Hoy la decisión de llevarse las dos salas de lo penal a Malaga y Sevilla, ha traspasado esa puerta y les ha hecho caer en la cuenta de que la miseria que transpira esta ciudad, abandonada por todos, también ha llegado hasta la Audiencia.

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