Acurruca contra el costado el patinete. Oculta con una capucha el pelo que ayer mismo su madre intentara domar sin éxito. Se posiciona siempre dos pasos por detrás de sus colegas que refuerzan la hermandad protegiendo al chaval en un segundo plano, pero el chaval quiere ser como ellos, tener el arrojo de ese que luce cresta y lanza, contra los escudos de los antidisturbios, vallas de hierro, con una energía insólita, como si fuesen el attrezzo hueco de un decorado. Él apenas alcanza a imitar los actos de los mayores arrojando adoquines. La periodista muestra estupefacta un adoquín que ha llegado hasta el rincón desde donde han inmortalizado al chico. Golpeó contra la pierna del cámara que sangra.

La policía asegura que no hay "mano negra" que maneje y dirija la turba. Las redes sociales los convocan, como si las "redes sociales" fuesen extraños entes. Pero alguien fija hora y lugar de la cita, y probablemente alguien tuvo que marcar ese diminuto recuadro, como un juramento, que certifica que no se es un robot. Alguien colocó en la mano del niño un adoquín como un proyectil. Reviso las imágenes y no veo más que asfalto y grandes baldosas en las aceras. El adoquín tiene la forma exacta y perfecta del mito.

Cuando en la primavera del '68 Bernard Fritsch, experto en relaciones públicas, puso en la boca de Bernard Cousin, activista político, la famosa frase "Sous le pavés, la plage!", acababa de darle cuerpo a la metáfora de aquella arena surgida bajo los adoquines. Había creado su gran campaña. Ahora, no es necesario crear nada. Vuelan adoquines donde sólo hay asfalto y damos por hecho que los arrancaron de la calle con la facilidad con la que se extrae una pieza de lego, por cierto. Gritan "¡Libertad!" mientras substraen ropa de una tienda de marca, bicicletas de una tienda de deporte… Van armados con las herramientas de las grandes protestas, de las revoluciones, van bien equipados para la ocasión, tan falsos como manejados. Bertrand Ndongo, el camerunés asesor de un partido de la ultraderecha, posa con unos jóvenes que lucen polos de marca, jactándose de haber sido robados en los disturbios. Un alarde de ignominia sustentada en una foto de hace diez años.

Para los que perdieron la potestad de regir, es tiempo de subvertir, de desestabilizar, de perturbar, como han sabido hacer siempre, no hay más que revisar la historia. Pero nunca, podrán revolucionar. Todavía somos muchos los que vemos la mentira del adoquín donde no hay más que asfalto, robos impunes, los rostros de los mismos sicarios en diferentes revueltas, todavía somos muchos y muchas las que no tomamos la palabra "Libertad" en vano.

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