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La última oportunidadSí, pero...Leer

EL chiste, publicado ayer en El Mundo y firmado por Ricardo, lo resume todo: un encapuchado le dice a su compinche "que un atentado una a los demócratas es lo último que hubiera esperado", y el otro le contesta " dales un par de días, que verás cómo todo vuelve a la normalidad". Dos días han pasado desde el atentado etarra contra los guardias civiles y estamos a punto de volver a la anómala normalidad de ver a los demócratas enfrentados por el terrorismo.

Han sido incidentes aislados, cierto. Viví los de Sevilla, ante el Ayuntamiento, y aquello no pasó de un enfrentamiento verbal entre no más de media docena de personas. Los hubo más graves en Madrid o en Barcelona. Su característica común fueron los gritos e insultos de algunos de los concentrados contra el Gobierno de la nación y cualquier autoridad socialista que pasara por allí. Nada relevante. Sí lo es, en cambio, el anuncio del presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, el líder político Francisco José Alcaraz, de que no acudirá a la manifestación de hoy.

Lamentablemente, porque la primera ocasión en que ETA ha podido lograr su objetivo de matar después de haberlo intentado durante meses ha proporcionado -una paradoja- a la sociedad española la oportunidad, quizás única, de desandar el camino de la crispación recorrido en los tres últimos años, que no es sólo estéril, sino también muy negativo, letal para los efectos deseados. El lema de la manifestación convocada por todo el arco parlamentario -¿desde cuándo no se conseguía esta unanimidad?-, empresarios y sindicatos no suscita equívoco alguno: Por la libertad y la derrota de ETA.

Atrozmente liquidada la ensoñación del proceso de paz a través de negociaciones, ese lema debe unir a todos. No hay en él ningún asomo de estrategias partidistas. La idea de la derrota de los terroristas la ha defendido siempre el PP, y el PSOE la ha asumido tras la decepción de la falsa tregua. Por supuesto, las diferencias entre ambos partidos persisten, sobre todo en lo que respecta a la ilegalización de ANV, el partido-tapadera de Batasuna -brazo político, a su vez, de ETA-, pero no creo que objetivamente den para más que para que el PP explique a los ciudadanos: nosotros pondríamos fuera de la ley de inmediato a ANV, y si el PSOE no lo hace se equivoca. Personalmente pienso lo mismo; es decir, que permitir la presencia en las instituciones de media ANV y declarar ilegal a la otra media fue una ficción política alimentada por un Gobierno que se engañaba.

Sin embargo, no es un Gobierno de traidores, cómplices de asesinos y otras barbaridades que se están oyendo en estos dos días del chiste de Ricardo. No es nada preocupante, salvo por la proximidad de las elecciones. Su inminencia es lo único que puede estropear esta oportunidad que la banda nos ha deparado. No merece la pena.

EL relevo en el PNV se ha producido en un escenario de "sí, pero...". Urkullu es un hombre más cercano a las tesis de Ibarretxe de lo que era Josu Jon Imaz, pero tampoco ha abrazado con entusiasmo la causa del lehendakari. Todo indica que en el PNV se abre una etapa apasionante, con un nuevo presidente que empieza su mandato haciendo funambulismo, con mucho cuidado para no caer de la cuerda.

Lo primero, homenaje al saliente Imaz. Se va por la puerta grande, con un gesto que le honra -visitó en Bayona al guardia civil que se debate entre la vida y la muerte- y que pone un gran remate a un mandato en el que ha sabido sortear el complicado problema de tener enfrente a un lehendakari al que importaba más el derecho a la autodeterminación que el respeto debido a las leyes y a la Constitución. Imaz se ha ido porque sus tesis moderadas no han tenido suficiente respaldo, y deja al frente del partido a un Urkullu que se ha movido casi siempre en las aguas de la moderación, pero que inicia su andadura con la aprobación, por unanimidad, de un ideario político calcado del llamado Plan Ibarretxe.

Por ejemplo, no habló de autodeterminación, sino de soberanismo y del derecho del pueblo vasco a decidir, pero advirtiendo que ese soberanismo tendría cabida dentro de la Constitución, lo que evidencia una posición más coherente con la legalidad. Sin embargo, defiende el diálogo e incluso los acuerdos con Batasuna "cuando se disocie" de ETA, y eso ya no puede tener cabida en el juego político democrático, porque Batasuna forma parte de ETA como Urkullu sabe perfectamente. Por tanto, no podrá disociarse de la banda, dejaría de ser lo que hoy es.

Iñigo Urkullu va a tener que hacer equilibrios entre algunos de los puntos del Plan Ibarretxe y lo que defienden los votantes más moderados del PNV que, siendo nacionalistas, no quieren ni oír hablar de autodeterminación ni mucho menos de llegar a ningún tipo de acuerdos con Batasuna. Pero además Urkullu se va a encontrar encima de la mesa el problema de la legalización de ANV. En las pasadas elecciones municipales ese partido, a costa principalmente del PNV, se hizo con el poder en docenas de ayuntamientos. Ahora, si se presenta a las generales -ojalá el Gobierno no lo permita, aunque sólo sea en homenaje a los dos guardias civiles tiroteados en Campbreton-, podría tener representación en el Congreso de los Diputados, que los expertos sitúan en dos escaños, que perdería con toda probabilidad el PNV. Con esos datos, Urkullu tendrá que lidiar con un toro complicado: cómo defender el diálogo con Batasuna y sus afines, sabiendo que Batasuna y su afines pueden hacerle perder unos escaños que son fundamentales.

EL ejemplo más evidente del dramatismo que encierran los resultados del último informe PISA sobre las carencias de que adolecen los alumnos de educación secundaria españoles es la incapacidad que tienen muchos de ellos para leer (es decir, para comprender) el contenido de los cientos de artículos que les han dedicado en las últimas 72 horas pedagogos, analistas, periodistas y políticos alarmados por las noticias acerca de su deficiente preparación. Según ha explicado el coordinador español del informe PISA, Ramón Pajares, los alumnos españoles no son capaces de leer más de "tres líneas y media" sin perder las referencias y extraviarse en el insignificante bosque de vocablos.

Pero hay más. Si los estudiantes están incapacitados para comprender un reducido texto escrito también lo están para abordar no sólo la lectura de una novela sino para el aprendizaje de otras materias. Hay, pues, una interrelación inevitable entre el fracaso escolar absoluto y la incapacidad primaria para entender los textos explicativos de las diferentes asignaturas. El informe PISA se ha convertido en una especie de golpe periódico contra la indiferencia o la resignación con que las autoridades políticas, pero en general toda la sociedad, percibimos la situación del sistema educativo. Ojalá hubiera informes PISA relativos a otros asuntos y levantaran el mismo grado de preocupación colectiva.

No se trata, sin embargo, como muchos interpretan, de una prueba destinada a calibrar los conocimientos de los estudiantes, es decir, de un examen de grado para valorar la preparación (y la voluntad de aprendizaje) que tienen los adolescentes españoles. La evaluación, en primer lugar, es del propio sistema, es decir, de la metodología, la política educativa de los gobiernos y de la cooperación que prestan en la formación de los jóvenes la familia y, en general, la sociedad.

Los estudiantes son, en este sentido, más las víctimas de un sistema de preparación incierto, con numerosos agujeros, a veces con una financiación deficiente, que los responsables activos de su propia incompetencia. No es de recibo, por tanto, el lamento paternalista que se suele elevar ante el escaso aprovechamiento de la "juventud de hoy" y la inevitable comparación con la templanza de las generaciones posteriores. No son sólo nuestros estudiantes los que ha sido juzgados negativamente por el informe PISA sino, en primer lugar, el sistema sobre el que se asienta su aprendizaje y, sobre todo, las dos células básicas llamadas a fomentar el interés por la lectura: la sociedad entera y, en particular, las familias.

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