Por montera

mariló / montero

El último sms

CUANDO supo que había muerto su amiga tuvo la necesidad de enviarle su último sms. Los mensajes por el teléfono móvil habían sido su nexo de unión desde hacía meses, en realidad se habían intensificado desde que se le diagnosticó una enfermedad difícil de superar. Enviarle mensajes, durante su convalecencia, sustituía a las antiguas visitas que la gente realizaba en los domicilios particulares o en el hospital. Pero, ahora, los tiempos habían cambiado y con ellos las costumbres. Escribirle cada pocos días un mensaje con un texto cuidado y cariñoso, solidario y lleno de ánimo, hacerle preguntas sobre su evolución suplían las agravantes visitas al hospital. En los hospitales los pacientes prefiere estar con quienes elijen y estos suelen ser los familiares más directos. Nunca sabes cuándo molesta tu visita, ni durante el ingreso o en su estancia en casa por motivos similares. Así que, como digo, los tiempos que han cambiado aquellas costumbres derivaron a que su relación se mantuviera por sms. Le preguntaba: "¿Qué tal estas hoy? Mucho ánimo. Te mando toda mi fuerza. Te quiero". Unos escritos eran respondidos antes que otros. Si tardaba días en llegar la contestación ella, entendía que el tratamiento la había dejado tumbada y tan débil que no tenia ganas ni de ojear el teléfono. Así pasaron los meses, casi dos años en los que los mensajes ya tenían voz y sonido. Entre sus palabras era capaz de sentir lo que ella le transmitía: cariño, fuerza, lucha, sinceridad, agotamiento… Y llegó uno determinante: "esta es la definitiva". Su amiga se quedó estremecida ante tanta sinceridad y contundencia. En esas cuatro palabras estaba encerrada la determinación de emprender su última lucha. Su última bala, su último tratamiento.. Y así pasaron casi siete meses más en los que los mensajes cada vez delataban que estaba ganando la batalla. Hasta que, de manera sorprendente, ella, falleció. La noticia le cayó como un mazazo. La dejó tambaleante y con necesidad de escribirle su último sms. Cogió su teléfono móvil, miró su número, releyó las conversaciones que en él quedaron como un epitafio. Y tuvo la necesidad de despedirse de ella. Sabía que ya no lo leería, que aquello podría resultar ridículo pero, como esa era la manera en la que se habían hablado, terminó por redactar su despedida y le dió a "enviar". Allí, en ese espacio de la nada ahora, pero con impregnado espíritu de todo, su amiga creyó que se había podido despedir. En paz. En su último sms ha quedado escrito su agradecimiento y amor. No lo leerá, ahora que está en algún lugar de espacio, o sí.

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