Los tres últimos minutos

Envejecer significa perder: salud, compañeros, posibilidades, dinero, posición, sueños

En la vida hay de todo. Los primeros años mejoramos sin esfuerzo dejando que el tiempo y la naturaleza actúen. Cada día más altos, más fuertes, aprendemos sólo con escuchar y terminamos por hablar idiomas sin necesidad de estudiarlos. Y así, sin esfuerzo, pasamos de ser bebés llorones que duermen y defecan, a jóvenes llenos de energía en busca de definir nuestra propia personalidad. Luego, vienen años en los que continuar aprendiendo exige estudio y esfuerzos adicionales. Ya crecer no es tan fácil; dejamos de hacerlo físicamente e iniciamos un largo y complejo conflicto con otras personas que pretenden lo mismo que nosotros. Pero seguimos viviendo bajo la esperanza y la capacidad real por conseguir que el futuro nos mejore.

Pero llega el día en que empezamos a sospechar que hemos hecho cumbre y que sólo nos queda el descenso. Los buenos alpinistas saben que es la parte más difícil. Primero nos invade el deseo, que no la realidad, por mantenerlo todo como siempre ha sido. E incluso tal actitud nos rejuvenece el espíritu cuando en verdad es sólo una adolescencia tardía. En el instante en que la realidad y la lucidez se imponen, descubrimos atónitos que ya nunca viviremos igual que en el pasado y que lo normal es que cada día sea mejor que el posterior. Envejecer significa perder: salud, compañeros, posibilidades, dinero, posición, sueños. Cuando la vida se nos escapa como el agua entre las manos, imposible impedirlo, recurrimos a todo tipo de trucos y engaños para esquivar lo evidente: que ya nunca viviremos como lo hicimos, que lo mejore ya ha pasado, que el futuro será peor. Ante algo tan doloroso hay dos respuestas: quienes lo han conseguido todo se convierten en feroces conservadores de lo conseguido, mientras que aquellos que no lograron lo que una vez soñaron son presa de la amargura y del rencor. Los más lúcidos intentan estar ocupados, pero no preocupados. Algunos lo logran durante un tiempo, son la excepción que confirma la regla. Luego todos nos convertimos en polvo de estrellas.

Todo esto y muchas cosas más ocurren en poco tiempo. Cuando llegan nuestros tres últimos minutos, nadie habla de dinero, fama o poder, nuestros temas preferidos en vida, sino que recordamos a las personas queridas, nos rendimos y cerramos los ojos. Los más sabios lo hacen en paz y agradecidos. Contra la angustia que eso conlleva, inventamos una vacuna eficaz. Le llamamos amor e incluye ciertas contradicciones y no a todos les sienta igual de bien. Pero yo se la recomiendo.

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