¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

La vacuna

ALGUNOS, los más leídos y perspicaces, comparan ya a Artur Mas con Kérensky, el líder ruso que derrocó a los zares para ser derrotado, posteriormente, por los bolcheviques. A nosotros nos parece un traje demasiado grande para uno de los políticos más nefastos de la reciente historia española. Pese a rebajarse ante la CUP, que apenas son un puñado de diputados con ideas y aspecto de asamblearios de instituto, Mas fracasó ayer en su segundo intento de ser investido por el Parlament como presidente de una Cataluña que queda fracturada, con sus instituciones fuera de la ley y sin gobierno que afronte los gravísimos problemas políticos, sociales y económicos de la región.

"¡Es el momento de rectificar!", clamaba el martes La Vanguardia en un editorial que resumía a la perfección el pánico de una burguesía catalana que ha jugado demasiado con fuego y ahora ve arder los bosques de su confort. El principal argumento que esgrimía el periódico del conde de Godó era un orteguiano "no es esto, no es esto". ¿Acaso se pensaba que un proceso de independencia era algo que se podía ejecutar en los salones de té, entre mano y mano de bridge? Todo lo que ha pasado y está pasando en el Principado era perfectamente previsible (muchos lo hicieron) a la luz del discurso político, cultural y mediático del último año. Poner ahora cara de reina ofendida, hacerse el nuevo o culpar al manijero de lo mal que va la finca puede funcionar en el Círculo Ecuestre, pero en ningún sitio más.

Sin embargo, no todo ha sido negativo. Paradójicamente, el procés ha conseguido que la sociedad española, que se encontraba en franca depresión tras los años más duros de la crisis y el espectáculo de la corrupción, vuelva a mirarse a sí misma con respeto. La imagen de Inés Arrimadas, breve y angelical, andando con paso firme hacia la tribuna del Parlament nos habla de un tiempo nuevo en el que ya no caben los viejos complejos. El político que aspire a gobernar el país a partir del 20-D tiene que tomar nota de esta realidad. Ya no valen los apaños acordados en los polvorientos salones del poder de Madrid y Barcelona, los cambios de estampitas de las oligarquías políticas de ambos lados del Ebro. El procés puede haberse convertido en la vacuna que nos libre del nacionalismo y el neocaciquismo durante décadas. ¿Quién diría hace unos años que la regeneración de España vendría de Cataluña?

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