El lanzador de cuchillos

No nos van a callar

Tenemos, ahora más que nunca, el derecho (y el deber) de discutir y confrontar argumentos

Están desatados. Dos tuits de Monedero resumen el estado de la cuestión. El primero: "Llevamos pidiendo perdón desde que pudimos salir del franquismo. Y como era mejor que la dictadura, a tragar con todo. Hasta los mismísimos de jueces, reyes, antidisturbios, peperos, franquistas, periodistas, fachas y mercenarios que nos perdonan la vida todos los putos días". El segundo: "Un rey que borbonea, jueces que se saltan la Constitución, la derecha acosando a Podemos, antidisturbios confinando a porrazos, la CEOE decidiendo como si gobernara, el PSOE con sus contradicciones, medios y tertulianos infames. Tiempo de organizarse". El ideólogo del podemismo va a por todas y hace lo que mejor sabe: señalar a los enemigos y azuzarles los antifas. Siguiendo el sonido de la flauta del Camorrista en Jefe, manadas de encapuchados digitales están destrozando en las redes el buen nombre de la libertad de expresión, a la espera de instrucciones más concretas para llevar a cabo acciones analógicas.

La llegada de Podemos a la escena política supuso un notable repliegue de la izquierda española hacia la intransigencia. Con Iglesias y su banda hemos asistido al ascenso y entronización (con perdón) de los fanáticos, individuos persuadidos de estar en posesión de la verdad absoluta y del derecho de imponerla urbi et orbi. La cúpula podemista grita su discurso y no atiende a más razones porque encarna la voluntad de La Gente y quien lo discuta sólo puede hacerlo movido por intereses bastardos. Su visión del mundo es totalitaria y ve en el discrepante un no ser, que, como tal, debe ser anulado, suprimido, silenciado.

Los ultras de izquierdas discuten mucho de política, pero con ellos es extremadamente raro el debate, el contraste civilizado de ideas, porque tienen una relación distante con la libertad. Los demócratas tenemos que defendernos de la intolerancia militante de esta morralla embravecida. Y debemos hacerlo entendiendo que, como ha escrito Savater, la tolerancia no debe ser una actitud pasiva, resignada, sino una disposición combativa a favor de la pluralidad social y en contra del fanatismo, que no sabe sino exterminar, expulsar o doblegar al diferente. No podemos capitular ante los bárbaros ni perder este combate por incomparecencia. Tenemos, ahora más que nunca, el derecho (y el deber) de discutir y confrontar argumentos. No nos van a callar: la generación de la Transición no se dejó la piel en la lucha por la libertad para que, cincuenta años después, una chusma ignorante y autocrática vuelva a amordazar a los que piensan distinto.

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